LOS REMORDIMIENTOS DEL HÉROE (RELATO)

guerrero-con-espada
El pequeño reino Ataguay necesitaba desesperadamente un nuevo héroe que, emulando a otros antiguos, largo tiempo atrás muertos, dirigiera el inevitable enfrenamiento contra Batilón, el país vecino, y enemigos ambos desde tiempos inmemorables.
El hombre que reinaba en Ataguay ordenó que todos los hombres jóvenes de su reino se reunieran delante de la puerta de su palacio-fortaleza y fueran entrando uno detrás de otro al patio de armas. Había encargado a su primer ministro encontrar entre todos aquellos hombres el héroe que necesitaban para dirigir la guerra contra los batilonios. Cada joven que, siguiendo el turno impuesto llegaba junto a él, era exigido intentar sacar la Espada Victoriosa del interior de la enorme roca dentro de la que la clavó el último héroe que habían tenido.
Entre los forzados aspirantes se hallaba Tascano, un modesto herrero, dueño de una elevada estatura y cuerpo admirablemente musculado. Debido a su carácter tímido y bonachón, fue uno de los últimos en llegar junto al primer ministro. Aunque ya había escuchado por los que habían salido fracasados, la prueba que se le iba a exigir, preguntó mostrando apocamiento:
—Usted dirá en qué puedo servirle, señor.
El autoridad le pidió lo que estaba cansadísimo de repetir:
—Vamos, prueba a sacar la espada de ahí.
—Parece una tarea imposible —reconoció Tascano.
—Prueba a ver. Tú eres muy fuerte.
El herrero cerró su mano en torno a la empuñadura de la espada, inclinó el cuerpo hacia adelante y poniendo toda su fuerza intentó tirar hacia arriba del arma. Ésta le ofreció resistencia. Tascano era una persona tenaz. No se rendía a la primera dificultad que le surgía. Realizó otro intento empleando la totalidad de sus fuerzas. Todas las venas de su cuerpo se hincharon hasta el extremo de parecer podían estallar en cualquier momento. Y de pronto, la espada, centímetro a centímetro, se fue despegando de la roca hasta salir por completo de ella.
Mientras Tascano la contemplaba fascinado, sintiendo que toda la fuerza empleada por el la recuperaba su cuerpo multiplicada por cien con el contacto del arma, el primer ministro lanzó un grito de triunfo:
—¡Ya tenemos un héroe!
Una multitud entusiasmada acudió junto a ellos rodeándoles y aclamándoles.
A partir de aquel hecho, los mejores profesores en el manejo de las armas entrenó a Tascano. Lo rápido y bien que él aprendió, les hizo afirmar a sus preceptores:
—¡Tenemos todos los motivos de este mundo para sentirnos jubilosos! ¡Nuestro héroe será invencible!
Y efectivamente, cuando en la gran extensión de terreno llano que separaba a ambos reinos, se enfrentaron en feroz y cruenta batalla, los ataguayos y los batilones, Tascano actuó como se esperaba de él. Su espada y él se mostraron infalibles, incansables, matando a más y más enemigos.  Él solo realizó una espantosa carnicería. Terminó bañado en sangre enemiga desde la cabeza a los pies. La victoria de la brutal batalla se decantó, con devastadora diferencia a favor de los ataguayos. Cuando los batilones se rindieron, sus vencedores se retiraron triunfantes celebrando con estruendoso griterío su victoria, mientras los derrotados sobrevivientes recogían a sus heridos y enterraban a sus muertos.
Fue cuando lo sentaron en un sillón convertido en general del ejército ataguayo, que Tascano dejó de ser héroe para recuperar su personalidad de toda la vida y se dio cuenta de los innumerables crímenes que habían cometido él, y sus compatriotas. Entonces, horrorizado volvió a clavar la espalda en la roca y dijo una frase que pasaría a la historia:
—¡Ojalá jamás vuelva a conseguir nadie desclavar esta maldita espada asesina!
La multitud rugió de indignación. El primer ministro les calmó asegurándoles convencido:
—Tranquilos. Cuando nuestro pueblo necesite tener otro héroe, otro héroe encontraremos.
Tascano se alejó, huyó del reino donde había nacido, con la esperanza de encontrar un pueblo en algún lugar del mundo donde vivieran gentes limpias de maldad, odio y sed de sangre. Murió años más tarde extenuado, descorazonado, y sin haberlo encontrado. Todos los pueblos que visitó habían tomado parte en guerras y estaban bien armados y dispuestos a guerrear y a matar de nuevo.

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