ATENTE A LAS CONSECUENCIAS SI NO VUELVES A MÍ POR NAVIDAD (RELATO)

ATENTE A LAS CONSECUENCIAS SI NO VUELVES A MÍ POR NAVIDAD (RELATO)

Esperancita Pandereta tenía novio. A ninguno de sus conocidos extrañaba este compromiso pues ella era muy hermosa y simpática; verla y tratarla alegraba la vista, despertaba el tambor del corazón y levantaba a la máxima altura el deseo sensual, especialmente, a los más impresionables.

El novio de Esperancita se llamaba Julito Sobrado, un joven que poseía una gran ventaja sobre los feos, y era una hermosura física de esas que a las mujeres enamoradizas las impulsan hasta a permitirles les estrenen lo que nadie les ha estrenado todavía.

Julito viajaba mucho, una actividad bastante normal en todo aquel que ejerce la profesión de viajante. A Esperancita la tenía altamente mosqueada que él viajase tanto y que en sus regresos de los viajes trajese manchas de pintalabios en los cuellos de sus camisas y algún que otro cabello rubio o rojo pegado a sus ropas.  Este detalle disgustaba especialmente a Esperancita pues ella poseía una abundante pelambrera azabache.

Furiosa, enrabietada y celosa, Esperancita le expuso a Julito sus sospechas de que él le era infiel. Julito ciertamente sí lo era, pero por ser Esperancita su amante preferida no quería perderla y se defendió con falsedades:

—Cariño, yo no tengo la culpa de atraer físicamente a las mujeres y que algunas clientas mías me saluden efusivamente, me abracen y besen mis mejillas. Frecuentemente, consigo escapar de estas cochinadas suyas, pero algunas veces no lo consigo y ellas dejan en mi ropa alguna asquerosa huella de su carmín, o algún repugnante pelo suyo --haciendo muecas de asco.  

Esperancita desconfió de la veracidad esta explicación suya y encargó a Pedrito Listorro, que era además de admirador suyo, un magnífico detective:

—Por favor, Pedrito, cóbrame tu tarifa mínima pues mi sueldo de esteticista se me va entero manteniendo a mi mamá imposibilitada y a mi abuelita enferma y no tengo ahorros.

—Ay, Esperancita, dueña de un corazón de oro —ensalzó su admirador—.  Realizaré con la máxima eficacia esta investigación que me pides y no te cobraré nada, porque eres para cuantos te conocemos un ejemplo de bondad y sacrificio.  

—Mil gracias, Pedrito; pero yo no quiero abusar de tu generosidad y veré de compensarte de algún modo.

—Bueno, si quieres ser generosa conmigo, yo me sentiré maravillosamente pagado con un solo beso tuyo, aunque esté deseando millones de ellos —generoso el joven y enamorado investigador.

Esperancita le sonrió agradecida pensando que el único hombre al que ella le había permitido besarla era a Julito, y decidió: <<Si Julito resulta que me ha sido infiel, eso justificaría permitirle a Pedrito darme un beso. Le diré, llegado el caso, que sea un beso muy pequeñín>>.

Pedrito terminó con éxito un caso de espionaje industrial que llevaba entre manos y se dedicó plenamente a espiar a Julito.

Julito iba a marcharse de viaje otra vez. Esperancita, harta de sus tan frecuentes ausencias le advirtió en esta ocasión:

—Como no vuelvas a casa por Navidad para pasarla conmigo, olvídate de mí igual que Goya  se olvidó de Dios cuando la mujer que más había amado en su vida, se olvidó de él.

Julito se lo tomó a broma.

—Todos sabemos que los malos cristianos le echan las culpas al Creador de todo aquello que no les sale todo lo bien que ellos desean. No te preocupes que volveré a casa por Navidad.

Julito no pasó la Navidad con Esperancita, sino con otra mujer, como averiguó y fotografió Pedrito, y luego le entregó esas fotos a Esperancita. Ella, teniendo ahora pruebas de la infidelidad de su novio lloró esas malditas mil y una lágrimas que tanto les duelen a las mujeres que aman, y son traicionadas.

Cuando Julito regresó con el deseo de celebrar el Año Nuevo con Esperancita la encontró felizmente acompañada de Pedrito que había sabido consolarla tan bien que ella había querido compartir los mil y un besos conque las mujeres celebrar un nuevo y maravilloso amor.

Moraleja: Todo hombre que no cumple la promesa dada a la mujer que lo ama, que se prepare a llevar en su frente ese estigma justiciero que no es característico de los de su especie sino de la especie que, a menudo, muere en las plazas de toros, y no de muerte natural.

(Copyright Andrés Fornells)