ASTUTA SEDUCCIÓN FEMENINA (RELATO)
Susana Lunares era una joven muy imaginativa, atrevida y audaz. En cuanto a encantos, su carácter alegre, su inclinación al romanticismo y su innata seducción superaban los que le había procurado la naturaleza, que habían sido los de una chica del montón.
En la calle donde ella vivía con sus padres y hermanos, una abuela jorobeta y un loro parlanchín llamado “Tomás”, tenía por vecino a Leonardo, un joven muy apuesto que vivía con su abuelo, ex pocero de profesión, todavía en activo gracias a que, ya muy mermado de fuerzas para hacerle agujeros a la tierra, se había pasado al gremio de los zahoríes y les indicaba a poceros jóvenes donde había agua para que pudieran comenzar sus trabajos de excavación que, en tiempos modernos son más tarea de maquinaria que de esfuerzo directamente físico-humano.
Por su notable belleza física, a Leonardo le sobraban las mujeres hermosas que muy voluntariamente caían en sus brazos y de sus brazos en su cama para gozarlo y ser gozadas por él.
Una noche, en que Susana lo estaba espiando desde la ventana de su cuarto, con la luz apagada para que él no pudiese verla, apreció que regresaba a casa solo, ocasión que ella llevaba esperando desde hacía largo tiempo. Se vistió rápido la ropa que tenía preparada para esta oportunidad. Se pintó los labios y se dio unos toques estratégicos de un perfume caro que poseía la extraordinaria cualidad de despertar al máximo la testosterona masculina.
Realizado todo esto se fue para la casa de su guapísimo, joven vecino confiando en que la reconocida sordera de su abuelo, impidiera a aquél escuchar el timbre que acababa de pulsar.
Leonardo abrió la puerta y quedó muy sorprendido al ver a Susana con los ojos cerrados y los brazos estirados al frente, quien aprovechando su momentánea sorpresa se coló en su casa, avanzó dejando solo una mínima ranura entre sus párpados para ver lo que hacía. Tener todos sus sentidos bien alerta, le permitió escuchar los ronquidos del anciano morador de la vivienda y considerar que la puerta siguiente pertenecía al dormitorio de Leonardo que, a muy corta distancia, la seguía perplejo a más no poder y sin saber cómo reaccionar creyéndola sonámbula y siendo conocedor del peligro que encierra despertar a una persona que se halla en tal estado.
Susana abrió la puerta y entró en el dormitorio del joven. Una vez allí comenzó a tararear con voz susurrante una melodía muy usada dentro de la profesión de las mujeres strippers, lo cual hizo suponer a Leonardo que ella estaba soñando que era una de ellas, como demostró a continuación lo que hizo. Y lo que hizo fue comenzar a desnudarse mientras movía voluptuosamente su cuerpo. Se quitó el ligero, se quitó el vestido, sacándoselo por encima de la cabeza. Se quitó el sujetador negro, calado y con puntillitas dejando libres sus senos altivos y, a continuación se libró de sus exiguas braguitas dejando al descubierto su secreto femenino que cerradito y rodeado de acaracolado, sedoso vello, poseía un aspecto deliciosamente virginal. Desprovista de toda ropa, Susana tomó asiento en la cama, se abrió de piernas y expuso su virginal secreto femenino. Entonces con una voz tan irresistible que hasta el más santo de los hombres le habría sido imposible desobedecer dijo:
—Ven, amado mío. Me mata el deseo de que te conviertas en mi dueño. Ven, tengo un universo de placer guardado para ti. No seas cruel. Cada segundo que me haces esperar me significa un sufrimiento insoportable. Ven, apiádate de mí.
Leonardo no quería aprovecharse de aquella inesperada circunstancia que tan favorable le era. Pero la tentación, en un hombre, es como la total capacidad de líquido que puede contener un vaso, gota más, menos.
Leonardo le hizo el amor a Susana y fue amado por ella con una pasión e intensidad como ninguna otra mujer conocida por él anteriormente. Y cuando ella fingió despertar de pronto y le confesó que su sueño sonámbulo había sido repetidas veces con él, este joven que, en calidad sexual no había conocido ninguna otra mejor que ella, le pidió tuvieran una relación continuada y duradera.
Una vez más el ardid, la tenacidad y la capacidad de seducción femeninas consiguieron la finalidad perseguida.