ARREPENTIMIENTO TARDÍO (MICRORRELATO)

despacho

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(Copyright Andrés Fornells)
—Eh, oiga, ¿dónde va usted? —trató la secretaria del abogado Gálvez de detener a la joven que se dirigía decidida a la puerta del despacho de su jefe.
—Alberto me espera —mintió la recién llegada.
Y abriendo la puerta entró en la estancia cerrando la puerta tras ella. El letrado levantó la vista de la pantalla del ordenador y fijándola en su visitante exclamó muy sorprendido:
—¡Irene!
—¿Cómo estás, Alberto? —ella, falsamente afectuosa tomando asiento al otro lado de la mesa y quedando frente a él.
—Bien. Ya me recuperé del shock que me causó me dejaras plantado en la iglesia el día de nuestra boda y te fugaras con mi mejor amigo —con benevolente crítica él.
—Cometí un terrible error ese día. Somos humanos y todos los cometemos. Vengo, arrepentida a más no poder, a suplicar tu perdón, y a pedirte que volvamos a ser los dos locos enamorados que antes fuimos.
Él escrutó el rostro de ella y creyó reconocer que hablaba en serio. También lo hizo él al responderle:
—Me estás pidiendo un imposible, Elena. Lo que me hiciste mató el gran cariño que yo te tenía.
—Yo te sigo queriendo —ella comenzando a llorar.
—Son inútiles tus lágrimas. Seguí una cura muy eficaz, y ahora soy inmune a ellas.
Viéndolo todo perdido, Elena estalló:
—¡Eres un maldito cabrón. ¡Ojalá te pudras en el infierno!
—Y ojalá tú vivas en la gloria, pero lejos de mí —divertido él.
Ella abandonó su despacho dando tan poderoso portazo que hizo temblar todo el inmueble.
Alberto soltó una carcajada. La venganza tanto tiempo anhelada su ex novia acababa de servírsela en bandeja.
La puerta se abrió y su bonita secretaría le preguntó preocupada:
—¿Qué ha ocurrido, mi vida?
—Nada que no pueda curar un apasionado beso de tus labios, mi amor.
—Te curo enseguida. Me encanta ser la medicina que necesitas.
Y la joven repitió lo que venía haciendo con Alberto desde que Elena lo abandonó.