APOLONIO PÉREZ SALIÓ DE VIAJE (RELATO)

APOLONIO PÉREZ SALIÓ DE VIAJE (RELATO)

APOLONIO PÉREZ SALIÓ DE VIAJE

(Copyright Andrés Fornells)

Apolonio Pérez se tenía a sí mismo por una persona ordenada, meticulosa y eficaz. Aquella mañana, después de haber hecho su maleta, antes de cerrarla repasó detenidamente cuanto había metido en ella: 2 pantalones, 3 camisas, 3 camisetas, 6 pares de calcetines, 6 bóxer de diferente color Made in China, (sus preferidos por lo baratos que eran y por lo bien que se ajustaban a lo que sobresalía de su entrepierna), un par de zapatos de repuesto y unas zapatillas ligeras. Su neceser con champú, maquinillas de afeitar, peine, after-shave y tiritas por si se cortaba. También llevaba el ridículo. pero práctico calzador que le había regalado su suegra en Navidad, agradecida por el plasta de 45 pulgadas conque él la había obsequiado.

—Ahora estoy seguro de que no me falta nada. De que lo llevo todo —se dijo convencido.

Levantó el teléfono fijo y pidió un taxi.

—En dos minutos lo tiene usted delante de su casa —le aseguró la chica de la centralita.

—Estupendo. Muchas gracias.

Apolonio Pérez bajó a la calle. Tuvo el tiempo justo de depositar su equipaje en el suelo cuando llegó el vehículo de servicio público. El taxista metió la maleta dentro del maletero y, muy servicial le preguntó:

—¿Dónde le llevo, señor?

—A la estación del tren.

—Perfecto.

A Apolonio Pérez le gustó aquel taxista porque no era un pesado de los que se poner a hablar de futbol todo el tiempo, pues puso un CD de Edurne, cantante muy de su gusto. “Sigo enamorada de ti”, la tarareó por lo bajo.

Llegaron a su destino. El pasajero abonó la cuenta dejando una pequeña propina.

—Gracias, ya me queda menos para juntar lo que cuesta el Ferrari de mis sueños —bromeó el profesional del volante.

—Sí, soñar es gratis —bromeó también Apolonio Pérez.

Se dirigió al anden y murmuró muy satisfecho:

—Hoy me está saliendo todo estupendamente. Subió al vagón. Dejó su equipaje en la zona que se destina para este menester y ocupo un asiento junto a la ventanilla. Distrajo su vista, nada más partieron con el paisaje que se ofreció a su vista y, cuando se cansó de ver campos, árboles y montañas lejanas, descubrió que había olvidado algo: había olvidado comprar una revista para leerla durante el viaje.

—Bueno, no importa, quizás en alguna estación suba alguien simpático con el que poder conversar.

Él era un buen conversador y hacia amigos fácilmente. Pero el que subió en la próxima estación no fue un viajero, sino el revisor que le pidió:

—Por favor, su billete.

Apolonio Pérez lo sacó del bolsillo interior de su chaqueta y se lo entregó. El movimiento negativo que comenzó a hacer el revisor le causó inmediato desasosiego:

—¿Qué ocurre? –Quiso saber.

—Varias cosas: Este billete lleva fecha de mañana, este no es el vagón que le corresponde ni tampoco el destino. No vamos en dirección a Málaga, sino en dirección a Bilbao.

Agapito Pérez se llevó las manos a la cabeza al recordar, de pronto, que encima de todo lo anterior se había olvidado de que en aquel momento debería haber estado junto a su mujer en el entierro de su suegra.

—No llore hombre. Tampoco es tan grave. Bájese en la próxima.

—Es que tomo pastillas para mejorar mi memoria y evidentemente estas pastillas no funcionan, pues ahora mismo no recuerdo en que ciudad vivo.

Al revisor no se le ocurrió otra cosa que, en la próxima estación dejar a este pasajero de memoria extraviada en la sección de objetos perdidos, donde quedaría a la espera de que alguien lo reclamase.

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