AGRANDAR LAS PEQUEÑECES (MICRORRELATO)

 

 

 

 

 

 

 

Arturito Limones era un buen chico. Era educado, trabajador y serio. ¿Defectos? Dos, en apariencia de poca importancia: la timidez y la superstición.
Lupe Naranjo era una chica honesta, hacendosa y un tanto acomplejada. Cuando miraba su cara en un espejo no la veía bella. Y cuando se observaba del cuello para abajo, sus ojos la veían gorda.
Arturito y Lupe se conocieron en una boda en la que ambos cumplían el papel de invitados por las familias de los novios. El azar tuvo el capricho de colocarlos, en una de las alargadas mesas, el uno al lado del otro.
Un leve roce producido por sus respectivos codos les dio motivo para hablarse.
—Perdón.
—Perdón.
—Los novios parecen muy felices, ¿verdad?
—Sí. Es lógico. Se quieren mucho. Ella es compañera mía de trabajo.
—Qué casualidad, él es compañero mío de oficina.
A partir de este momento superaron ambos su cortedad y conversaron con fluidez y también fruición. Ambos eran sinceros, poseía cierto buen sentido del humor y les fue fácil descubrir que congeniaban en lo que, para ambos, era más importante: La honestidad y la bondad.
Terminado el banquete de boda, Arturito acompañó a Lupe a su casa. A los dos les habría gustado despedirse con un beso, pero su mutua timidez no se lo permitió. Se cogieron las manos en demostración de agrado, se confesaron que se gustaban y quedaron que al día siguiente él pasaría a buscarla a su casa darían un largo paseo y después entrarían en un cine a ver una película apta para todos los públicos, que en ambos había despertado interés.
Con tiempo sobrado, Arturito salió de su casa para dirigirse a la casa de Lupe. Llevaba puesto su traje de los domingos, su corbata favorita y lustrado tan bien sus zapatos que éstos relucían. Para quedar muy bien con la muchacha, al pasar por delante de una floristería Arturito decidió tener el detalle galante de regalarle unas flores. Aconsejado por la tendera, que le aseguró eran las más adecuadas para una primera cita, adquirió unas margaritas blancas.
Arturito caminaba muy ufano, complacido por las simpáticas sonrisas que recibía por parte de las personas junto a las que pasaba. De pronto, del interior del ramo salió una avispa que, lanzándose directa a su mejilla derecha le dio un terrible picotazo. Arturito gritó de dolor, lanzó el ramo dentro de una papelera y buscó una farmacia donde pudieran atenderle. La encontró. Le atendieron y calmaron su dolor, y lo consolaron diciendo que había sido afortunado porque le había picado una avispa, pues de haberlo hecho una abeja le habría dejado su aguijón clavado. Arturito abandonó el establecimiento y tomó el camino de regreso a su casa. Era muy supersticioso, creía en la mala suerte, e interpretó aquel incidente era una clara señal de que Lupe no le convenía.
La pobre Lupe, que no era este el primer plantón que sufría, colocándose delante del inmisericorde espejo de su armario, se vio más fea y gorda que nunca, y lloro hasta agotar su bien provisto manantial de lágrimas, sintiéndose la persona más desdichada del mundo.