AGAPITO VELONES FUE EL ÚLTIMO DE SU CLASE ESCOLAR (RELATO)

AGAPITO VELONES FUE EL ÚLTIMO DE SU CLASE ESCOLAR (RELATO)

AGAPITO VELONES FUE EL ÚLTIMO DE LA CLASE ESCOLAR

(Copyright Andres Fornells)

De Agapito Velones decía su amorosa mamá, Marta Morales, que su hijo era un ser tan inocente que hasta llegado a los veinticinco años vivió creyendo que los Reyes Magos eran unos monarcas que venían desde Oriente a traer juguetes a los niños que lo merecían por el buen comportamiento que habían demostrado durante todo el año, y a traer carbón a los traviesos y desobedientes. Y también decía su mamá, que su hijo seguía creyendo como cierta la fantasía inventada por ella, de que la luna era una pandereta que untado con pegamento un hombre gigantesco lanzó al cielo y se quedó allí pegada para siempre.

Agapito Velones tenía un tío soltero, por crueldades de la naturaleza, que le jugó la mala pasada de crearlo tan feo que, según fuera aprensivo o jovial quien lo miraba, podía entrarle un ataque de risa o salir huyendo despavorido.

El tío soltero de Agapito Velones se llamaba Fortunato Velones y vivía como un hombre rico, sin que hubiese doblado jamás el espinazo ni haber bañado su frente con el honrado sudor de un trabajo físico.

Fortunato Velones contaba sobre él mismo una historia que nadie creía porque la historia suya resultaba a todas luces increíble. Según su historia increíble, algunas noches, mientras dormía, lo visitaba un mago que, después de llamarlo hijo suyo favorito, le dejaba encima de la mesita de noche una valiosa joya que él llevaba a los joyeros y ellos le pagaban una importante cantidad de dinero por ella.

Los que no le creyeron, en el pueblo donde vivía, que podría decirse era casi la totalidad sus habitantes, menos los nacidos en la fecha 30 de febrero que son rarísimos, formaron un grupo al que dieron el nombre de Agrupación de Ciudadanos Honestísimos.

Estos probos pueblerinos organizaron turnos de vigilancia con la intención de descubrir si eran ciertos los rumores que circulaban sobre que “el hombre más feo del mundo” salía de noche, iba a robar joyas en establecimientos de la capital, y luego les soltaba el cuento del mago que se las entregaba en sus sueños.

Mientras sucedía todo esto, su sobrino Agapito Velones asistía al colegio donde le cabía el vergonzoso honor de ser el último de la clase y, marginado por don Leandro Tiajuana que, por llevar una pierna ortopédica, debido a que la auténtica suya, el único tiburón que en doscientos años apareció por las playas del pueblo, tuvo el capricho de querer probar si le gustaba. No debió ser así porque el escualo respetó el resto del cuerpo de Leandro Tiajuana.

La pérdida de aquella extremidad había motivado que este educador, anteriormente bromista y jaranero hasta el punto de cerrar todas las noches las tabernas del pueblo, se convirtiese en un ser amargado y tiránico que abusaba de los que consideraba sus inferiores, con castigos perversos. Casi todos sus alumnos terminaron con sus orejas alargados como papada de pavo, por los cencerros que, cuando les castigaba, don Leandro Tiajuana colgaba de sus lóbulos.

Marta Morales, la mamá de Agapito, en vista de que su hijo lo único que aprendía en el colegio era a decir palabrota que a ella y a más gente les sacaban los colores, y a hacer solitarios en su postergado pupitre, con un viejo mazo de cartas que había heredado de su abuelo Filiberto, un pocero sin éxito pues ni en uno solo de todos los numerosos pozos que abrió en el pueblo encontró agua, y que cuando creyendo todos que había conseguido por fin una sonrisa de la fortuna y encontrado petróleo en una de sus excavaciones, recibió una demanda de la compañía de suministro de gasolina por haberles reventado una de su tuberías, decidió traerse al hijo a casa y tenerlo allí de criada mientras ella trabajaba en la fábrica de conservas “La Artesana”.

“La Artesana” era propiedad del alcalde, el honorable señor Ruperto Doblones del que, por conveniencia (medio pueblo estaba empleado en su industria), nadie hablaba en público de que el dinero para instalar su empresa lo había conseguido asaltando, con la ayuda de su suegro, una furgoneta blindada y cargada de dinero.

Miguel Diosdado, su suegro, fue herido de muerte durante el asalto. Ruperto Doblones se lo llevó a una parcelita de terreno suyo tan malo que ni los yuyos querían allí asomar sus patitas vegetales.

Después de rezarle un piadoso Padrenuestro, el futuro alcalde enterró al padre de su mujer al pie de una higuera que, por milagro de la naturaleza dio, al año siguiente, los higos más dulces de todo el municipio.

Sobre la desaparición del enterrado, Ruperto, aprovechando la merecida fama de putañero que tenía el desaparecido, contó a todo el mundo, incluida su indignada esposa, que Miguel Diosdado había escapado con la Lirios, que ciertamente sí se había escapado ella, pero no con él, sino con don Bonifacio Larios, el cura que, antes de desaparecer contó a sus conocidos más cercanos que lo habían desterrado a otra diócesis, por haberle él mostrado al Obispo, sus muchas dudas sobre la virginidad de la Virgen y del mismo Jesucristo, pues no habiendo una relación de muchísimo cariño, una mujer con el nombre de María Magdalena o cualquier otro, no le lava los pies a un hombre y se los seca con su magnífica cabellera si no hay de por medio una apasionada relación camera.

Cuando Agapito heredó una consideraba cantidad de dinero de su feo tío Fortunato, muerto al meterse por la boca roncadora un desagradecido ratón, asfixiándole, dándole así el peor de los pagos por haberle, el asfixiado, procurado vivienda y alimentos gratis.

La descarada Araceli Trigueros, de la que decían no había hombre en el pueblo al que no hubiese ella demostrado lo cariñosa que sabía ser si le pagaban por serlo, un día se acercó a Agapito, con las más seductoras intenciones.

Agapito acababa de pagar el café que se había tomado en la terraza del bar Los Juanes, nombre que llevaban todos los varones de esta familia desde tiempos de los Reyes Católicos, cuando ella poniendo en valor por encima de su escote más de la mitad de sus pechos que aún no habían estrenado su potencial lactante, y por la parte de abajo sus muslos desvergonzados casi expuestos en su totalidad, se plantó delante de Agapito e impidiéndole el paso le propuso:

—Oye, Agapito, ¿quieres tú que yo te lleve al Paraíso por 1000 pesos?

El muchacho la observó con sus ojos de mirada cándida y algo bizqueante en aquel momento por la extraña excitación que los encantos femeninos le causaban, ni siquiera se pensó la respuesta:

—Bueno, llévame al Paraíso y, cuando estemos allí, veré si te pago o no. Dependerá de lo bonito que sea el paraíso —manifestó componiendo una expresión de pillín tonto de baba.

Araceli Trigueros, se hallaba siempre muy falta de recursos económicos, pues por su buen corazón tenía recogidos a una veintena de perros sin dueño, otros tantos gatos y un periquito llamado Pepe. Este periquito practicaba con las semillas de girasol espectaculares malabarismos, antes de zampárselas.

Araceli Trigueros aceptó las condiciones que le puso Agapito Velones. Ella, revolcones, debido a sus buenos sentimientos, eran muchos los realizados gratuitos a lo largo de su profesión de esposa circunstancial de casados solteros y viudos.

Araceli Trigueros estuvo informando, a todo el que quiso escucharle, de que Agapito Velones era un falso inocente, pues en materia sexual sabía más que los ratones colorados, y más también que el sabio Rasputín, ese siniestro brujo ruso que convertía en relojes de pulsera las herraduras viejas de los burros, pues Agapito, después de haberla montada hasta quedar sin fuerzas y dejarla a ella sin las suyas, no le pagó nada argumentando que ella no le había llevado al Paraíso en las casi cuatro horas que estuvieron juntos en lo alto de una cama y en el suelo al que rodaron cinco veces por ponerle a “la cosa” excesivo entusiasmo.

Agapito Velones, a partir del momento que perdió la inocencia, sufrió un extraordinario cambio mental. Tan extraordinario cambio mental que se podía considerar totalmente prodigioso.

Inventó el pan y las patatas que adelgazaban y reconoció que se había convertido en millonario siguiendo los inmejorables consejos que le daba su buen amigo el demonio.

Después de este reconocimiento suyo, Agapito perdió la mitad de sus clientes que aún vivían temerosos de Dios, y tuvo que rectificar de inmediato diciendo que el demonio era un tipo muy malo, asqueroso y despreciable con quien, él, ni tan siquiera se saludaba.

Agapito Velones se había convertido ya en un hombre de negocios sin principios, pero con fines muy firmes: hacerse más rico cada día, demostrando con ello que hay que andarse con mucho cuidado con los falsos inocentes, como bien había advertido Araceli Trigueros cuando lo conoció bien a fondo.

Lo realmente malo de esta historia fue que muchos siguieron el ejemplo de Aniceto Velones en lo de ser últimos de la clase, esperando que este nada edificante puesto les llevase algún día reunir una fortuna tan inmensa como la suya, y algunos no solo consiguieron igualarla sino superarla.

Todo lo expuesto aquí tiene su moraleja, y yo no publico la mía porque luego la gente te critica por pensar y juzgar de manera diferente a como lo hace ella. Y por si alguno no lo sabe, la mayoría de las guerras nacen por motivos de discrepancia.

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