ADIÓS, AMOR INGRATO (MICRORRELATO)
Maira González acababa de escuchar en las noticias de su televisor una noticia que la hizo dar, en el sofá donde se hallaba sentada, un salto de alegría tan elevado que a punto estuvo de chocar su cabeza en el techo. Estando todavía en el aire, y antes de caer de nuevo sentada en el destartalado sofá se tapó la boca para que su marido, al que creía dormido, no despertase alarmado al oírla.
Maira sintió dentro de su pecho un cañón de artillería disparando igual que si la patria suya hubiese sido invadida por varios ejércitos enemigos y ella la estuviese defendiendo. Y consideró alarmada: <<Debo calmarme, serenarme, pues este alocado, escandaloso corazón mío corro el fatídico peligro de que me estalle>>.
Con las piernas temblorosas y los pasitos vacilantes, Maira se desplazó hasta la mesa encima de la cual tenía su bolso. Registró dentro de él, encontró lo que buscaba y tuvo la certeza de que su memoria no le había fallado.
Escuchó entonces un ruido proveniente del dormitorio y pensó que su marido se estaba revolviendo en la cama, por lo que evitaría disgustarle despertándole ella. Lorenzo, su marido, era un ser quisquilloso que por cualquier nimiedad se enfadaba con ella y la insultaba.
Pero el maravilloso suceso que acababa de conocer, ella no podía ocultársela más tiempo. Decidida, ilusionada, abrió la puerta de la habitación. Vio a su esposo vestido y calzado. Y encima de la cama tenía colocada una maleta dentro de la que estaba metiendo ropa suya.
—¿Qué ocurre? ¿Qué haces? —preguntó perpleja, una mano apoyada en la cadera y, la otra escondida detrás de la espalda.
—Pues ocurre, fea más que fea, que me voy. Te dejo. Me las piro. Me he enamorado perdidamente de una mujer más joven y hermosa que tú. Te dejo y me voy a vivir con ella.
Maira estuvo a punto de desmayarse del shock que acababa de recibir. Sacando fuerzas de su orgullo de mujer herida logró balbucir:
—Pero tú decías que me amabas.
—Eso fue siglos atrás, adefesio. Ahora, siendo más justo que cruel, te digo que me das pena, y conste que soy tan generoso que me ahorro decirte que me das asco.
Su mujer calló. La indignación le había incendiado el rostro y extendido sísmicos temblores por todo el cuerpo. El hombre grosero, desconsiderado y ruin, cerró su maleta, se volvió hacia ella y observando que Maira mantenía sus ojos secos, apuntó sorprendido:
—Estás rara. ¿Cómo es que no rompes a llorar y a suplicarme que no me vaya, que me quede contigo?
La mujer tan desconsideradamente humillada, sintiendo hervir la ira en sus entrañas le respondió todo lo ofensiva que pudo:
—Pues ni lloro ni suplico porque perderte de vista me significará un enorme placer. También tú me das asco, sin embargo, demostrándote que soy más noble que tú, sigo siéndote fiel.
Él soltó una carcajada que trató de ser hiriente, cogió su maleta, se dirigió hacia la puerta y abandonó el dormitorio. Su mujer le siguió hasta la puerta de la calle. Él la abrió y antes de abandonar la casa se volvió hacia ella y manifestó extrañado:
—¿No me dices nada antes de que salga definitivamente de tu vida?
—Claro que te digo. Te digo: Adiós, amor, que te vaya tan mal que te arrepientas toda tu vida de haber sido tan cochino y traidor conmigo.
El salió definitivamente de la casa. Su mujer corrió el pestillo de la puerta para que él no pudiese entrar de nuevo, en el caso de pretenderlo, y entonces lanzó un estentóreo grito de felicidad, sacó de detrás de la espalda la mano que había mantenido escondida allí todo el tiempo, y besó la participación de lotería cuyo número había obtenido un premio de seis millones de euros, que serían completos, absolutos, enteros, para disfrutarlos ella solita.
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