2.2 En casa de Eliette

2.2 En casa de Eliette
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Llegando al apartamento de Eliette

A la hora acordada, me presenté en el bloque de apartamentos donde vivían Eliette y su marido. El edificio era antiguo, con pintura descascarada en las paredes y una puerta de entrada antigua, de hierro y cristales. Llamé al telefonillo y esperé respuesta.

Allô?

Est-ce que Madame Eliette est à la maison? (¿Está la señora Eliette en casa?)

Venez, monsieur le facteur, et donnez-moi le paquet que vous me rapportez. (Suba, señor cartero, y entrégueme el paquete que trae para mí).

Cortó la comunicación, riendo. Yo echaría de menos, además de nuestros momentos íntimos, su inalterable buen talante. Eliette hacía que nuestra relación fuera tan fácil, agradable y natural que era un placer tenerla.

Subí en el viejo y traqueteante ascensor. Este ruidoso trasto se detuvo con estruendo metálico en la séptima planta. El pasillo estaba silencioso y vacío. Toqué suavemente en la puerta y, al instante siguiente, Eliette abrió, me agarró del brazo y me arrastró hacia el interior de la vivienda. Cerró la puerta rápidamente detrás de mí, riendo por lo bajo.

Llevaba puesto un vestido ligero de color rosa, que dejaba entrever su figura.

Entramos al saloncito, un espacio acogedor con las paredes llenas de fotos enmarcadas de su marido levantando pesas enormes. Me habría gustado examinarlas más de cerca, pero Eliette se mostró apremiante.

—Tenemos solo una hora de tiempo, Jano. Luego tengo que vestirme y marcharme al trabajo. Vamos.

Dejamos nuestras prendas amontonadas sobre el sofá de escay rojo, su color predilecto. Tomó mi mano y me llevó a la pequeña cocina, limpia y ordenada. Observé su figura, admirando cada curva de su cuerpo.

—Eliette, eres la mujer más hermosa de todo París.

—Sin la menor duda —respondió, complacida. Sacó del frigorífico una botella de champán—. Ábrela mientras encuentro dos copas.

Abrí la botella con cuidado para no hacer ruido, llené hasta la mitad las copas que ella había sacado del interior de un pequeño armario elevado. Con ellas en la mano, esperamos a que la espuma bajara.

—Por tu pronto retorno —dijo, chocando su fino cristal con el cristal mío.

—Por mi pronto retorno.

Bebimos saboreando el burbujeante líquido dorado.

—Ayúdame a sacar la lavadora fuera del sitio donde está. Es muy antigua y no tiene ruedas —Eliette me pidió, acto seguido.

Dejamos las copas en lo alto de la mesa, junto a la botella medio llena todavía. El artilugio para lavar ropa estaba incrustado en un hueco de la encimera situado en el otro extremo de la cocina eléctrica, que también tenía ya sus años.

—¿Conoces cómo funciona este aparato, Jano?

—No, Eliette, suelo llevar mi ropa sucia a la lavandería pública. ¿Quieres enseñarme su funcionamiento? ¿Para eso me has pedido venir a tu casa? —pregunté con ironía, mirándola con complicidad.

—En otra ocasión te lo enseñaré. Vuelvo enseguida.

Abrió una puerta que daba a un pequeño salón. Cogió dos cojines de un armario y, al pasar por delante de mí, tocó graciosamente con dos dedos curvados mi brazo.

Colocó los cojines sobre la lavadora, programó el ciclo de centrifugado y se sentó encima

—Ven, corre. Date prisa. Este programa no dura eternamente.

—Por supuesto que sí —dije, sonriendo.

Nuestros cuerpos se fusionaron en una misma rotación. Fue la nuestra una sinergia perfecta, donde el sonido, el movimiento y el placer culminaron en un explosivo final.

Después, cuando recuperamos algo de aliento, Eliette aseguró:

—He gozado plenamente esta experiencia nueva, ¿tú no?

—Contigo, cada momento es especial.

—Te echaré mucho de menos, mi amor —poniéndose tierna—. Cada vez que use una lavadora, pensaré en ti.

—Si tanto te gusta esto, puedes pedirle a tu marido que te ayude con la colada.

—Imposible. Él es muy tradicional y considera abyecto cualquier acto fuera de lo común.

—A lo mejor tiene razón tu marido —bromeé.

—¡Jamás! —exclamó ella, enfática.

(Nivel de Censura: Alto)

Este es un fragmento de la novela Amanecer en el Paraíso de Shaikra