2.1: La noticia de la partida

2.1: La noticia de la partida
La pensión de Madame Camille
Eliette visitando

Alrededor de las once de la mañana, dos días después de cerrar el acuerdo de trabajar en Cuba con el tal Amadeo, Eliette entró en mi habitación.

Madame Camille le había proporcionado una llave de mi cuarto para mayor comodidad de ambos, pues yo solía dormir hasta el mediodía. Con esa facilidad, ella evitaba que Eliette llamase a la puerta y, a la vez que me despertaba, despertase la curiosidad de alguno de los otros huéspedes. Madame Camille sabía que nosotros dos queríamos mantener una relación discreta.

Eliette entró en mi cuarto. Yo acababa de ducharme, y me hallaba frente al espejo del lavabo con la maquinilla de afeitar en la mano y mi cara cubierta de espuma. Volví la cabeza. Ella se detuvo en mitad de la estancia, los rayos del sol filtrándose a través de las cortinas desgastadas de la ventana iluminaron su figura.

—Eliette, eres una diosa —la piropeé.

Ella vino hacia mí, moviendo sus caderas con gracia.

—¿Cómo estás, mi amor número uno? —me saludó con alegría contagiosa.

—Estoy amándote ya, con el pensamiento —respondí, sonriendo.

—Deja, yo termino de afeitarte —ofreció, tomando de mi mano la maquinilla de afeitar.

Se situó delante de mí, de espaldas al espejo del lavabo, mientras yo quedaba frente a ella. Comenzó a rasurarme. Su presencia me resultaba irresistible, desprendiendo un agradable olor a magnolias.

Frené con dificultad mi deseo. Si la sobresaltaba con un gesto inesperado, correría el riesgo de que, involuntariamente, ella me hiciese un corte en la cara.

Eliette, cada vez que limpiaba la cuchilla en el grifo, giraba ligeramente, rozando mi piel, y reía con complicidad. Conocía a la perfección cómo hacer feliz a un hombre y lo conseguía. Como ocurre siempre, cuando vamos a perder algo valioso, es cuando más nos damos cuenta de que lo es. Tuve en la punta de la lengua decirle: «Tu vas me manquer, ma jolie minou». (Te voy a echar de menos, mi gatita bonita). Pero supe contenerme. Lo consideré inoportuno en aquel momento.

Ella me limpió la cara con una toalla y, mirándome con ojos cálidos, me dijo descendiendo una mano hasta mi cintura:

—¡Eres tan guapo, Jano! Vamos a la cama.

Tras un dulce intercambio sobre mi lecho, retornamos al cuarto de baño juntos para limpiarnos. Nos enjabonamos y acariciamos bajo la alcachofa de la ducha. Los buenos amantes continúan empleando la ternura también después de un momento íntimo.

Una vez secos, fue mi turno de procurarle el mismo placer que ella me había regalado. Cuando estuvimos vestidos y con el aliento recobrado, creí era un buen momento para darle la noticia que me había guardado hasta entonces:

—Eliette, me voy a marchar de París muy pronto.

Su rostro mostró sorpresa y pesar.

—¿Por qué vas a marcharte de París, mi amor? ¿No eres feliz aquí? —preguntó, su voz temblorosa.

Conmovido por su reacción, le expliqué, mintiendo solo en parte, que había recibido una oferta muy tentadora para tocar durante un par de meses en una sala de fiestas de La Habana. El brillo de las lágrimas se acumuló en sus ojos.

—¡Mierda! Voy a sufrir, Jano. Te echaré muchísimo de menos.

—También yo te echaré de menos, Eliette —respondí, tan sincero como parecía serlo ella—. Pero no es el fin del mundo. El tiempo pasa rápido.

Parpadeó con fuerza. Forzó una sonrisa. También la forcé yo. Todavía enronquecida su voz, quiso saber:

—¿Qué día te vas?

—Pasado mañana.

—¿Tan pronto? —lamentó. Asentí con la cabeza. Ella quedó pensativa un momento, se mordió el labio inferior, pasó la manga de su blusa por sus ojos mojados y me propuso—: ¿Quieres venir mañana a mi casa? Mi marido no estará. Permanecerá tres días en Marsella, donde tomará parte en una competición.

—Eliette, ¿no correrás cierto riesgo si me ven entrar en tu casa? —pregunté, preocupado por su seguridad.

—Tú no serás tan torpe de llamar a mi puerta cuando haya alguien en el pasillo, ¿verdad? —respondió, confiada.

—Claro que no, pero no entiendo por qué quieres correr ese riesgo.

—Es que en mi casa tengo algo que tú no tienes en tu habitación —dijo misteriosa, con un brillo en su mirada—. Y no me preguntes qué es, porque no te lo pienso decir. Se trata de una sorpresa. ¿No has comprendido algo tan elemental? —burlona, recobrando su buen humor.

(Nivel de Censura: Alto)

Este es un fragmento de la novela Amanecer en el Paraíso de Shaikra