1.2 Conociendo a Eliette

Noche en Le Vieux Bohème
Yo tuve alquilado, la mayor parte del tiempo que viví en la ciudad del amor, un cuartucho en la vetusta pensión de Madame Camille, una adorable mujer mayor, comprensiva y permisiva, que había sabido ahorrar parte de lo ganado durante su prolongada carrera como femme d'amour para adquirir una vivienda en el corazón de París que ahora regentaba como pensión. Para paliar mi hambre, yo comía en cualquier tasca, pensando menos en la calidad de sus platos y más en la modestia de sus precios.
Habitualmente calmaba mi libido con diferentes relaciones de corta duración. Esto cambió cuando conocí a Eliette y nos convino a los dos mantener una relación prolongada que resultaba cómoda y placentera para ambos, pues el único compromiso que manteníamos era darnos afecto cuando disponíamos de tiempo para ello. Eliette tenía obligaciones en una perfumería de día, y yo tenía obligaciones como pianista, de noche.
A Eliette la conocí en Le Vieux Bohème. Acababa de interpretar Sous le ciel de Paris, una pieza que me había pedido El Medioreja. Eliette apareció a mi lado, apoyó una mano en la parte superior de mi piano, inclinó su cuerpo hacia adelante y, elevando la voz, llamó mi atención:
—Eh, Monsieur…
Giré el cuello para mirarla y aprecié que tenía a escasos centímetros a una joven de figura atractiva, grandes ojos verdes de gata y una boca de labios carnosos y sensuales que mantenía abierta en una sonrisa desenvuelta.
—Quoi de neuf, jolie? (¿Qué pasa, bonita?) —Sonriéndole a mi vez.
—Monsieur, si tu me chantes 'C'est la vie', je te donne un baiser. (Caballero, si me cantas Es la vida, te doy un beso) —dijo con una voz suave, provocadora.
Ella me gustó al instante. Mis ojos la recorrieron con descaro.
—Un baiser sur la bouche? (¿Un beso en la boca?) —propuse.
—Si así lo deseas, por mí no quedará… —respondió, circulando tentadoramente la lengua por sus labios color vino.
—Muero de deseo —dije, guiñándole un ojo.
Sin demorarme, comencé a tocar C'est la vie. Ella, manteniéndose a mi lado, la tarareó mientras contoneaba su escultural cuerpo, enfundado en un vestido claro, ajustado y corto.
Cuando terminé de complacer su petición, ella se inclinó hacia mí y juntamos nuestras bocas en un beso apasionado. Nuestras lenguas se entrelazaron con gusto y maestría. Cerré el micrófono con una mano para que solo ella pudiera oírme, y mirándola con ojos intensos, le propuse:
—Si te gustase pasear bajo el cielo de París con un tipo romántico como yo, te sería increíblemente fácil conseguirlo. Termino aquí a las dos de la madrugada.
Sonrió más ampliamente, divertida y desafiante.
—No soy un ave nocturna, Monsieur. Hoy hice una excepción y por eso estoy aquí. Dame el número de tu teléfono y, si me entran ganas de pasear contigo, de día bajo la luz del sol, te llamaré. ¿Okey, tío medio rubio de ojos claros y sinvergonzones?
Sacó su teléfono móvil del bolso y apuntó mi número, mientras yo contemplaba su figura.
—¿Cómo te llamas, belleza?
—Eliette, que significa "Dios ha respondido".
—¿Qué ha respondido Dios? —pregunté, jocoso.
—Cuando lo sepa, te lo diré. Él todavía no lo ha hecho.
—Si me das otro beso, te canto la canción que me pidas —anhelando retenerla más tiempo.
—Monsieur es muy goloso —dijo con una sonrisa divertida.
A pesar de mis deseos, ella realizó medio giro y se alejó, provocándome con el contoneo de sus caderas.
Dos días más tarde, por la mañana, Eliette y yo nos encontramos en la sombría habitación de la vieja pensión donde me alojaba. Hacía frío en la calle, pero en mi cama, bien calentitos y estrechamente abrazados, pasamos un rato muy agradable. Aquella vetusta cama crujía apropiadamente, sin duda aprobando en su añejo lenguaje nuestras ardientes acciones. Aquel primer encuentro lo disfrutamos tanto Eliette como yo, que acordamos repetirlo dos veces por semana.
Esta prolongada asiduidad motivó que, cuando Madame Camille, la dueña de aquel pequeño y modesto establecimiento, nos veía bajar juntos cogidos de la mano, con nuestros rostros colorados, nuestros ojos febriles y el caminar cansino, nos dijera complacida y nostálgica:
—Ah, qu'elle est belle la jeunesse! (Ah, qué hermosa es la juventud).
—Merci. Passez-vous une bonne journée, Madame Camille (Gracias, que tenga usted un buen día, Señora Camille) —le respondíamos, complacidos.
Al llegar a la puerta que daba a la calle, Eliette y yo intercambiábamos un agotador beso de despedida. Ella salía y yo esperaba un par de minutos antes de hacerlo también. Eliette estaba casada, y nuestra relación era, además de extramatrimonial, discreta.
El marido de Eliette era un deportista de élite, campeón de halterofilia, un hombre fuerte y dedicado a su disciplina, y que prestaba poco tiempo a su relación conyugal. Por ello, Eliette buscaba en otras personas la atención y el cariño que necesitaba.
Yo le regalaba canciones cuando algún fin de semana ella acudía acompañada de su musculoso marido a escucharme tocar. Nunca permanecían hasta más tarde de la medianoche, hora que su hercúleo esposo consideraba límite para un atleta que quiere mantenerse en forma.
Eliette nunca nos presentó, demostrando también en eso lo inteligente y precavida que era. Según me decía, su marido no tenía ni la más remota idea de que ella era infiel, y si llegara a descubrirlo, se disgustaría muchísimo. Y por supuesto, ella no quería disgustarlo. Otra cosa no tendría Eliette, pero delicadeza y consideración le sobraban.
Obras musicales mencionadas
- Sous le ciel de Paris (Youtube: Rustem Mustafin - piano cover)
- C'est la vie de Khaled (Youtube: videoclip oficial)
(Nivel de Censura: Bajo)
Este es un fragmento de la novela Amanecer en el Paraíso de Shaikra
