UN SECRETO GUARDADO HASTA EL FINAL (MICRORRELATO)
- (Copyright Andrés Fornells)
- Gloria, durante tres días no pudo visitar a su madre encamada en un hospital, y cuando por fin consiguió reunirse con ella apreció que su aspecto había empeorado notoriamente. Muy preocupada por ello, la joven le preguntó:
—Mamá, ¿ha ido bien tu sesión de radioterapia de esta mañana? No tienes buen aspecto.
—Tendré que maquillarme antes de tus visitas, pera que no te preocupes, cariño. Tranquila todo va bien.
La expresión de su cara era en aquellos momentos la habitual en ella cuando se cerraba en banda y no había forma de que pudieran sacarle nada que ella no quisiera decir. Cuando su madre adoptaba este tipo de actitud, Gloria se angustiaba porque significaba elevación por parte de ella de una barrera que le sería imposible traspasar.
Encima de la mesita de noche había una fotografía encerrada en un artístico marco. Gloria la cogio y le echó un rápido vistazo. La foto había sido hecha en el jardín del chalé donde vivieron mucho tiempo atrás. En ella estaban reunidos su madre (sonriente y plena de salud), su también risueño padre (fallecido cuatro años atrás) y sus dos hermanos, todos mostrando contento.
Su madre que la estaba observando con un brillo cargado de ternura en sus ojos rodeados de violáceas ojeras, rompió el penoso silencio que se había establecido entre ellas manifestando:
—¿Te he dicho alguna vez que me habría gustado conocer Nueva York? Nunca fuimos allí porque tu padre se opuso siempre a este deseo mío, y los pocos viajes que hicimos juntos fue siempre países exóticos escogidos por él –había amargura en esta explicación suya.
—Cuándo te pongas bien puedes visitar Nueva York, mamá. Nada, ni nadie te lo impedirá –tratando su hija de animarla con esta piadosa mentira.
—Cierto –aceptándola su madre–. Nada ni nadie me lo impedirá. Cuando me ponga bien viajaré a Nueva York. Lástima que ya no podré ir a escuchar en vivo a Frank Sinatra, muerto tanto tiempo atrás. Ya sabes cuánto me gustan sus canciones.
—Te gustan muchísimo, mamá. Tienes todos sus discos. Y nos has cantado muchas de sus canciones hasta la saciedad. Sobre todo cuando mis hermanos y yo éramos chicos.
—¿Te estás ocupando de regar mis macetas? –cambiando de tema la enferma–. A ver si cuando vuelva a casa encuentro a todas mis queridas plantitas muertas.
—Esta mañana mismo, antes de venir aquí, las he dado de beber —Gloria forzando una sonrisa, pues encontraba a su madre un poco rara, pero no se atrevió a preguntarle, porque la conocía bien y sabía que sería inútil tratar de sacarle algo que ella no desera decirlo.
—Buena chica. Gloria, necesito que me hagas un pequeño favor, pero prometiéndome que no les dirás nada a tus hermanos. Con ellos no tengo igual confianza que contigo. Son hombres, y los hombres son pocos los que comprenden a las mujeres y son tolerantes e indulgentes con nosotras.
—No les diré nada, mamá —intrigada.
—¿Me lo prometes?
—Por favor. Me ofende que dudes de mí —herida en sus sentimientos la hija.
—Perfecto.
A continuación sacó una carta del cajón de la mesita de noche y ofreciéndosela le dijo la dirección a la que debía llevarla y entregarla en mano.
—¿Quién es este hombre? —intrigada pues desconocía el nombre y los apellidos masculinos escritos en ella, además de la dirección.
Su madre aguantó impertérrita su escrutadora mirada, pero Gloria la conocía demasiado bien para no notar mal disimulada emoción en la forma que mantenía cerrada su boca y acelerado el parpadeo de sus pestañas. Y de pronto entró en su mente una posibilidad que, aunque le parecía increíble no pudo descartarla. La posibilidad de que ella, su madre, le hubiera sido infiel a su bondadoso, pero aburrido esposo.
—No me hagas preguntas, que no pienso contestar —con blanda severidad le advirtió la autora de sus días–. Bebió del vaso de agua que tenía en lo alto de la mesita de noche y añadió—: Me siento hoy un poco cansada, cariño. Dame un beso y vete. No te olvides de llevar esa carta a su destinatario. Y transmiteles mi cariño a tu bonachón marido y a tus estupendos hijos.
—También ellos te envían su cariño. Y en cuanto a esta carta, no te preocupes. que no olvidaré entregarla a este señor llamado Arnaldo Suáres Peñarol, que me gustaría me dijeras quien es.—sintiendo Gloria un nudo en la garganta y llenarse de humedad sus ojos por lo que su corazón presentía. - –Él te dirá quien es, si lo cree conveniente. Te quiero con toda mi alma, Gloria.
Gloria, conmovida, besó las mejillas temblorosas, pálidas de su madre y se dirigió hacia la puerta. Y salió del cuarto sin volverse, para que su madre no la viese llorar, pues ella presentía que aquella carta significaba no solo una posible infidelidad de su madre, sino que moriría muy pronto.