LAS BONITAS HISTORIAS DE AMOR NUNCA LAS VIVEN LOS TÍMIDOS (MICRORRELATO)

Microrrelato 27 de ago. de 2019

Baldomero Piernasuelta era un tipo insignificante. Podía mirarse al espejo sin que éste se inmutara lo más mínimo. Trabajaba de curtidor en una empresa pequeña y ganaba una porquería de sueldo. Sobrevivía con tan pobres ganancias, gracias a que no tenía vicio ninguno y a que su cuerpo acostumbrado a pasar hambre habia dejado de protestarle.  Baldomero Piernasuelta los días no laborables, si lucia el sol, salía a pasar y disfrutaba de su calidez y luminosidad llegando incluso a sentirse feliz y alimentar la esperanza de enamorar a una chica,  y mantener con ella unas relaciones  amorosas que lo liberasen, de una vez, de las continuas, anodinas prácticas manuales suyas. 
Una de aquellas mañanas soleadas, paseaba  Baldomero Piernasuelta por un parque céntrico de nuestra ciudad cuando le vino de frente una muchacha muy hermosa. La muchacha le sonrió causando un cataclismo en el ingeuo y desentrenado corazón de él.
A la muchacha, sonreírle, le costó un segundo. A Baldomero Piernasuelta, me contó él, en un momento que decidió tenerme confianza, que la sonrisa de un segundo de ella, llevaba veinte años intentando olvidarla y no lo había conseguido todavía. 
Yo intenté servirle unos gramos de consuelo:
—Resígnate, Baldomero, las bonitas historias de amor nunca las viven los tímidos. Lo sabe todo el mundo, y ya va siendo hora de que lo sepas tú también.
Baldomero Piernasuelta, a punto de echarse a llorar, me sonrió al despedirnos. Su sonrisa pertenecía al género insignificante. A los dos segundos yo la había olvidado y centrada toda mi atención en las largas piernas de una hermosa dama y en sus curvas, excitantes caderas. 

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