ÉL NO ERA UN HOMBRE COMO LOS DEMÁS (MICRORRELATO)
Su aspecto y vestimenta no era diferente a la de cualquier joven de su época. Vestía con sencillez y no lucía su persona ostentación de joya alguna. No llamaba la atención de la gente voceando como un vendedor de baratijas. Hablaba reposado, en un tono cautivador. Las palabras que brotaban de la generosa fuente de sus labios eran tan sabias, tan prodigiosas, que sanaban a los enfermos que iban dirigidas.
La gente las escuchaba embelesada. La gente veía la infinita bondad que irradiaban sus ojos y creía, sin albergar la menor duda, cuánto les decía, y sentían mirándole, escuchándole y presenciando los milagros que realizaba que la bondad suprema existía en Él. Y por eso reconocían que decía la verdad cuando Él aseguraba que era el hijo que Dios Padre enviado a la Tierra para redimirles de sus pecados y salvar las almas de los hombres que creyesen en Él y en su padre.
Pero fueron pasando los siglos, muchos hombres, incluidos predicadores, perdieron todo interés por la historia antigua y la despreciaron y olvidaron. La arrogancia, la ignorancia y la codicia se adueñó de ellos, y dejaron de reconocer que todos los hombres son hermanos, y por esa causa, ese olvido, se destruyeron y siguen destruyéndose los unos a los otros. ¿Regresará para salvarles de nuevo, antes de que sea demasiado tarde, aquel hombre sencillo, milagrero, hijo de Dios Padre que ya les salvó una vez?