NADIE DEBERÍA ESTAR SOLO EN NAVIDAD (MICRORRELATO)

(Copyright Andrés Fornells)
Marcelo Tinaja, físicamente, era todo lo contrario a hermoso, pero gozaba de buena salud y tenía, a sus cuarenta años, un puesto fijo de cobrador de peaje de autopista donde tragaba el humo que soltaban los tubos de escape de todos los vehículos que llegaban hasta su caseta, se detenían un momento y, tras pagar lo que correspondía, continuaban viaje.
Salido de un orfanato, Marcelo Tinaja no contaba con familia alguna desde el año anterior en que falleció su esposa. Por antigüedad en la empresa, el día de Navidad le había tocado tenerlo librar.
Su propósito, en esa fecha tan señalada, era pasarla en su casa, viendo un par de películas y no salir a la calle porque le deprimía muchísimo presenciar la alegría y la felicidad que, en un día tan entrañable mostraba la multitud de gente que llenaba las calles y los establecimientos. Había comprado en el supermercado comida precocinada, de la que precisa únicamente ser calentada, y a la mesa.
Era cerca de la una del mediodía. Marcelo estaba viendo una película de corte romántico, sentimental, que le tenía desde el comienzo conmovido y lloroso, cuando de pronto le sobresaltó el sonido del timbre de la puerta. “¿Quién puede ser?”, se preguntó, pues él no mantenía relación de ningún tipo con los vecinos del inmueble. “Alguien que se ha equivocado de casa”, supuso.
Abrió la puerta y se llevó una gran sorpresa al ver quien era su inesperado visitante.
—Hola, señora Lucía —tartamudeó, turbado de voz y de expresión.
—Leo en tu cara que no me esperabas.
—Desde luego que no. Pase usted.
La recién llegada, que venía cargada con dos grandes bolsas en sus manos, era su suegra, la madre de su difunta esposa. La mujer se dirigió a la cocina donde depositó una de las bolsas en el suelo y, la otra encima de la mesa diciendo:
—Aquí dentro traigo para hacer una buena comilona para los dos. Nos pondremos a reventar. Estaba allí en el pueblo, más sola que la una y, de sopetón me dije: ¡Leñe!, mi pobre yerno estará en igual situación que yo. Así que hice unas compras, junté algo de ropa y me he plantado aquí. Y hoy, ni tú ni yo, en fecha tan señalada, estaremos solos como dos perros vagabundos. ¡Venga, échame una mano que es Navidad!
Y los dos, con lágrimas de agradecimiento rodando por sus mejillas, recordando con infinito cariño a la ausente, comenzaron a preparar la comilona que había anunciado la señora Lucía, una suegra bondadosa, como hay tantas otras.

Read more