LA MUERTE Y LA VIDA (MICRORRELATO)

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Un día que me vio sumido en hondas reflexiones, vino la vida a distraerme con la advertencia de que la muerte me venía siguiendo los pasos desde mi venida al mundo. Le agradecí el aviso, aunque yo ya conocía de este seguimiento de la parca, por haber ella visitado con anterioridad mi casa y habérseme llevado de ella la persona que yo más quería en el mundo.
Cuando tengo necesidad de ello, el valor se asocia conmigo y no me falta. Explico esto, porque otro día, más adelante, en que no me sentía muy bien, me aquejaba un fuerte dolor de cabeza y tenía el cuerpo descompuesto, me detuve de golpe cuando escuché el astuto, sigiloso caminar de la muerte y logré sorprenderla con mi inesperada presencia. La miré muy serio a la cara y le dije muy amistoso, y a la vez con gran firmeza:
—Oye, no te des ninguna prisa en llamarme, ¿eh? Me quedan todavía muchísimas cosas por hacer. Tengo que agradecerles, como merecen, a mis amigos, todo el afecto que me vienen demostrando a lo largo del tiempo. Tengo que pedir perdón a algunas personas que, en un momento de insensatez mía, ofendí. Tengo que devolverle a mi familia todo el tiempo que empleó ayudándome, y se lo tengo que devolver ayudándole yo a ella. Y finalmente, no puedo abandonar a mis hijos hasta que hayan encontrado el camino que les lleve a un bienestar económico y hayan aprendido que la felicidad no se recibe porque sí, como si fuera un don gratuito, sino que hay que realizar esfuerzos y sacrificios para poder obtenerla. Cuando yo haya terminado de hacer todo esto, tú y yo nos cogeremos de la mano, como dos viejos amigos y te acompañaré allí donde tú quieras que vaya contigo.

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