LA FÁBULA DEL ÁRBOL ENFADADO (MICRORRELATO)

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(Copyright Andrés Fornells)

Un perro cochino se acercaba todos los días al tronco de un árbol, levantaba con displicencia una de sus patas traseras y descargaba sobre él todo el maloliente contenido de su vejiga. El árbol que era tan amante de la pulcritud que todos los años cambiaba de traje, odiaba esta puerca acción del can, y deseoso de poder evitarla, le pidió a su madre la naturaleza le concediese el don de la movilidad. Una movilidad que le permitiese apartarse a tiempo de la apestosa rociada canina y la suficiente flexibilidad a alguna de sus ramas para castigar con un buen golpe al desconsiderado meón.
La madre naturaleza, todos los que se acercan a ella con peticiones han descubierto que es muy hermosa, pero tiene el evidente defecto de ser sorda. Así que no escuchó la petición del árbol, y el perro siguió duchándolo con su manguerita de los desahogos. Finalmente, un día de tempestad pasó cerca del árbol meado un rayo amigo, y el árbol le pidió un favor. El rayo le escuchó y se avino inmediatamente a favorecerle:  «Tranquilo que te ayudaré. Los amigos están para eso». La próxima vez que el desconsiderado chucho  se acercó al árbol para bañarlo,  el rayo descendió desde el cielo, y le chamuscó el rabo. El cánido escapó aullando de dolor y, escarmentado,  nunca más volvió a molestar al árbol.
Esta fábula nos enseña que nuestros amigos pueden hacer por nosotros cosas que nosotros mismos no podemos. Tengámoslo siempre presente, y dediquemos a nuestros amigos el buen trato que merecen.