LA LARGA ESPERA (MICRORRELATO)

la larga espera

 

 

 

 

 

 

(El día de hoy dedico este escrito especialmente a las mujeres que nos regalan a los hombres este tipo de recibimientos cuando llegamos tarde a una cita que teníamos con ellas.)
Como dijo, desde el cielo, un hombre que cogió un avión que no debía y éste se estrelló causando la muerte de todos sus pasajeros, él incluido:
—El destino puede tener muy mala leche.
Yo opiné lo mismo que ese desdichado cierto sábado por la tarde. Marujita, una chica que me gustaba a morir, y yo, habíamos acordado nuestra primera cita en la terraza de una céntrica cafetería a las cinco de la tarde. Yo estaba loco de ilusión. Deseaba tanto estar con ella, como un geólogo dar con una mina de diamantes. Pero el asunto comenzó a complicarse. Mi coche se me reveló y no hubo manera de arrancarlo y eso que probé un método que había resultado infalible en ocasiones anteriores: arrearle un montón de patadas.
Cuando agotado y con el dedo gordo de mi pie derecho tan hinchado que parecía una berenjena de buen año, corrí cojeando a la parada de autobús más próxima y lo perdí por un par de minutos teniendo que esperar media hora para el próximo. Durante la espera pensé en mi teléfono móvil, pero descubrí que me lo había dejado en mi casa encima de la mesita de noche. Tenía una cabina cerca, pero no pude llamarla porque desconocía el número del móvil de Marujita.
Por fin llegó el autobús y no llevábamos ni diez minutos subidos en él cuando se rompió una pieza del motor y dijo aquel vehículo desconsiderado: ¡yo me quedo aquí! Tuvimos que bajarnos todos los pasajeros a esperar que llegara otro autobús enviado por la compañía para recogernos. Para entonces yo estaba tan desesperado que ni tirarme de los pelos conseguía tranquilizarme.
Total que cuando llegué a la cafetería donde habíamos quedado con Marujita, llevaba yo casi dos horas de retraso. El corazón me dio media docena de saltos mortales de alegría al descubrir que ella seguía allí sentada a una mesa de la terraza esperándome. En su cara tenía pintada una expresión de aburrimiento y cansancio indescriptibles. Expresión que, al verme, se borró como una raya de tiza al pasarle por encima un borrador. Me entraron ganas de llorar de agradecimiento. Con voz consternada le pedí perdón y le conté el calvario por el que había tenido que pasar. Ella me escuchó en silencio, muy seria entonces y cuando yo terminé, con el resuello perdido por el énfasis empleado, ella me regaló la sonrisa más hermosa de este mundo y me aseguró:
—Tonto, yo te habría esperado una eternidad si falta hubiera habido.
La cogí de la mano con firmeza y delicadeza a la vez, y cuando la tuve de pie la abracé con ternura y, mientras Marujita se reía entre emocionada y conmovida, yo tuve la certeza de que, por fin, había encontrado a la mujer de mi vida.