SUFRIR LA TORTURA DE LOS CELOS (MICRORRELATO)

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Dos amigos , después de haber cerrado de  un negocio muy favorable para ambos, se han sentado en la terraza de una cafetería. Es principio de verano. Un toldo a rayas blancas y verdes les protege del sol que va aumentando su calor a medida que la mañana avanza hacia el mediodía. De los parterres cercanos a ellos, una levísima brisa les trae la fragancia de las flores que allí crecen. La gente circula por las aceras, en ambas direcciones, con agobio pintado en sus semblantes.  Los vehículos son dueños de una calzada sin aparcamientos. Alguna que otra mujer mayor se alivia el bochorno abanicándose. Algunos caballeros con corbata se la aflojan mostrando expresiones de sufrimiento. Los ancianos se mueven con lentitud arrastrando sus pies  y mirando al suelo al que iran a parar cuando se les consuma del todo la  muy consumida vela de su vida. Niño ninguno. Los profesores los mantienen presos en las aulas. Encierro del que unos sacarán buen provecho y otros ninguno.
Un amigo se da cuenta de que en la frente del otro han aparecido dos hondas líneas de preocupación. Se interesa por él, pues le tiene aprecio. 
—¿Va todo bien en tu matrimonio? —aventura, dando sonido a una sospecha surgida de repente.
—Sí, sí… —no suena convincente la respuesta, aunque lo pretende.
—Lógico. Te casaste con una chica guapísima. Podría haber ganado el concurso de Miss Universo de habérselo ella propuesto.
—Sí, Gloria es tan hermosa, que son multitud los desalmados que desean quitármela. Y yo estoy enfermo de celos. Lo mío es un sinvivir. Tú no sabes lo que es ver esas miradas de lujurioso deseo en los ojos de tantos tíos al fijarse en ella. Y luego ella es tan amable y tan encantadora que, sin pretenderlo fascina a todo el mundo con sus deslumbrantes sonrisas.
—Te comprendo. Pero debes pensar que es mejor ser envidiado, que envidioso.
De pronto pasa un descapotable a velocidad moderada por la calle que ambos tienen a pocos metros de distancia.
—¡El dios que los parió! —exclamó de pronto el casado con una mujer bellísima, cogiendo su maletín y corriendo detrás de vehículo deportivo que sigue adelante, tras acelerar su conductor para hacer inútil su carrera.
Su amigo, que continúa sentado en su sitio, mueve gravemente la cabeza y musita para sí:
—Su mujer iba en ese coche y a mi amigo no le ha gustado el tipo joven y guapo que lo conduce. Visto lo que acabo de ver, fui muy precavido e inteligente casándome con una mujer bastante fea. Uno vive más tranquilo y sosegado sin sufrir el tormento de los celos. Y en la oscuridd del dormitorio, con la luz apagada, uno se convierte en ciego y solo valora la ternura y el placer que recibe de su compañera de cama.

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