LA ASTUCIA DE ALI BUBÚ, HERMANO DE ALI BABÁ (MICRORRELATO)

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(/  (((((Copyright Andrés Fornells)

Ali Bubú, hermano pequeño de Ali Babá, llegado él a la pubertad se enamoró perdidamente de Fátima, una jovencita hermosa y blanca como la luna llena y, considerada por él tan inalcanzable como este satélite para un joven con ropas y babuchas muy desgastas, pues ella pertenecía a una familia de comerciantes muy ricos que exigían la abusiva cantidad de veinte camellos a quien la pretendiera esposarla. Sabedor Ali Bubú, de que con los salarios tan bajos que por aquellas fechas se pagaban en Bagdad necesitaría cuarenta años de su vida para reunir la astronómica suma que costaban veinte camellos, decidió seguir los pasos de su hermano el famoso ladrón.
—Si me atrapan robando me cortarán las dos manos y, si no consigo casarme con Fátima se me romperá el corazón. De estas dos cosas malísimas, escogeré la que me parece menos mala —decidió.
Y Ali Bubú comenzó a robar con extraordinario entusiasmo, astucia y suerte. Suerte, pues transcurridos once meses de ladrocinios había conseguido juntar ya la cantidad suficiente para adquirir diecinueve camellos.
Pero una mañana, en el zoco, acababa de sustraerle de la faja donde la llevaba, una bolsa de oro a un rico tratante en ganado, cuando le pilló infraganti un sagaz policía llamado Simbad el Tuerto, quien consiguió poner de acuerdo sus independientes ojos, clavarlos sobre Ali Bubú y apresarlo.
—Te cogí, ladronzuelo. Te voy a llevar a presencia del sultán, éste ordenará te corten la cabeza y a mí me recompensará generosamente.
—Una recompensa que te dará para comer una semana como mucho —dijo mostrando desprecio, el taimado prisionero—. En cambio, yo puedo hacerte inmensamente rico si prometes soltarme.
Simbad el Tuerto poseía además del problema físico visual, de no ponerse de acuerdo sus ojos en lo de mirar ambos a una misma cosa, el otro problema, el de ser codicioso y traidor.
—¿Cómo puedes tú hacerme rico, si pareces un indigente? —quiso saber señalando despectivo el pobre aspecto de Ali Bubú.
—Puede hacerte rico llevándote a la cueva donde mi hermano, Ali Babá guarda su fabuloso tesoro.
El ambicioso Simbad que, al igual que todo el mundo en Bagdad, había oído hablar de la enorme riqueza acumulado por el famosísimo ladrón, creyendo ser más listo que su prisionero, concedió:
—De acuerdo. Trato hecho. Te ataré para que no te me escapes. Tú me llevas hasta esa cueva y, una vez allí, yo te soltaré y serás libre como el viento.
—¿Puedo confiar en ti?
—Claro, puedes confiiar en mí igual que todos confiamos en el todopoderoso, sublime y generoso Alá.
Se pusieron en camino. Dejaron atrás la populosa ciudad de Bagdad y por fin, tras una muy larga caminata llegaron al pie de una montaña. Entonces Ali Bubú anunció:
—Ahí enfrente está la cueva donde mi hermano Ali Babá guarda su valiosísimo tesoro.
—Estupendo. ¿Qué he de hacer ahora para poder entrar en ella?
—Acércate un poco más a la pared rocosa y di en voz alta y clara: Ábrete Sésamo.
Simbad el Tuerto, como si imaginase que la montaña pudiese ser dura de oído gritó con voz trémula de emoción:
—¡Ábrete, Sésamo!
Inmediatamente parte de la base de la montaña se abrió. El policía corrupto entró corriendo dentro de la cueva, llegó al centro de la misma sin que sus ávidos ojos localizaran el tesoro de Ali Babá. De repente, la puerta abierta en la roca se cerró dejándole atrapado. Y se dio cuenta entonces del error mortal que había cometido no pidiéndole a su prisionero la contraseña que necesitaba para salir de allí. Y para mayor exasperación suya no encontró  tesoro alguno, pues, precavido, Ali Babá se lo había llevado a otra parte cuando se enteró de que Sherezade, para salvar la vida había contado su secreto, nada menos que al sultán Shahriar, de un reino vecino.
Ali Bubú se libró de las cuerdas con que estaba atado frotándolas contra un saliente rocoso, fue al mercado y compró el camello que le faltaba. Lo unió  a los otros diecinueve y llevandoselos a su futuro suegro, consiguió que éste le diese por esposa a la bellísima Fátima. Ali Bubú estuvo haciendo feliz a la bella Fátima, en la cama y en otros sitios algo más incómodos, con el beneplácito de ella hasta que alcanzada la longeva edad de 92 años dejó de funcionar su aparato reproductor. Su mujer, que estaba más que cansada de parir con abusiva frecuencia, celebró este hecho comiendo dátiles con nata y bebiendo agua de la Fuente de la Eterna Juventud, pues consideró que haber parido cuarenta hijos (todos ellos ladrones) era una suma más que suficiente.
El cadáver de Simbad el Tuerto fue descubierto en pleno siglo XXI y, quienes lo hallaron todavía se preguntan, el día de hoy, que podía estar haciendo aquel individuo allí dentro sin comida ni bebida alguna y con todas sus uñas comidas.

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