ES PROPIO DE IMBÉCILES NO RECONOCER EL BIEN QUE SE TIENE (MICRORRELATO)

es propio de imbeciles

 

 

 

 

(Copyright Andrés Fornells)

Claudio Pomelo se hallaba sentado a su escritorio. Había poco trabajo y combatía el aburrimiento con la papiroflexia. Su figura favorita eran los caballitos. Había llegado, realizándolos, a un punto tal de destreza que podía construirlos incluso con los ojos cerrados.
Su eficiente y poco atractiva secretaria lo distrajo comunicándole por el interfono que acababa de llegar un señor llamado Leandro Fiestas con la pretensión de hablar con él.
—¿Le has preguntado de qué quiere hablarme?
—Se lo he preguntado y me ha dicho que quiere hablarle sobre la felicidad.
—¿Va vestido como un cura?
—No, no; va vestido como una persona adinerada.
—¿Tiene ojos de loco?
—Tiene ojos de persona inteligente.
Claudio se lo pensó un momento. Quizás el inesperado visitante lo sacara del muermo que tenía encima o quizás, con suerte, viniera a proponerle un negocio interesante.
—Bueno. Hazlo pasar.
Transcurridos unos pocos segundos Claudio escuchó unos discretos golpecitos en la puerta y ocultando debajo de la negra carpeta el caballito a medio terminar y dijo:
—Adelante.
Se abrió la puerta y apareció un hombre más joven, más esbelto, más guapo y mejor vestido que él, quien dirigiéndole una amistosa sonrisa le dio los buenos días.
—Tenga la amabilidad de sentarse —indicándole Claudio la butaca que dejó a su visitante delante de él.
—A pesar de estar en invierno, esta mañana estamos gozando de una temperatura primaveral —expuso el recién llegado, que mostraba una naturalidad y aplomo admirables.
—Ciertamente. ¿Qué puedo hacer por usted, señor Fiestas? —observándole con interés y algo de envidia al reconocer que su visitante le superaba en atractivo y elegancia.
—He venido a darle las gracias.
—¿Las gracias por qué? —perplejo Claudio, juntando sus manos en un gesto que denotaba incomodidad y nerviosismo.
—Las gracias por haberse divorciado de Laura dejándola libre para que yo pudiera cortejarla. He conocido muchas mujeres, pero ninguna tan extraordinaria como ella. Laura es la mujer con la que yo soñaba toda mi vida. Una mujer bella, discreta, encantadora, apasionada, inteligente. Laura ha cambiado mi vida. Me ha hecho conocer la verdadera dicha. En los pocos meses que llevamos juntos, Laura me ha procurado tanta felicidad que me resulta imposible expresarlo con palabras. Por eso yo también procuro hacerla todo lo feliz que me es posible. Pero el motivo por el que he venido a verle es para decirle también cuánta lástima me da usted. Lástima porque estoy seguro de que, por mucho que busque nunca encontrará una mujer tan maravillosa como Laura. Bueno, sólo he venido a decirle esto por si acaso considera que no cometió la mayor estupidez de su vida al divorciarse de ella. Que tenga un buen día, adiós —levantándose, satisfecho, el señor Fiestas y dirigiéndose hacia la puerta.
La perplejidad causada por las impactantes palabras que acababa de lanzarle el apuesto desconocido, dejó a Claudio boquiabierto, paralizado durante algunos segundos mientras el desconcertante desconocido abandonaba el despacho. Inmediatamente un desagradable temblor se repartió por todo su cuerpo. Claudio llevó sus manos trémulas a las pálidas mejillas y su mente se convirtió en un torbellino de atormentadoras preguntas. ¿Era posible que él jamás hubiese sabido ver en Laura todas las extraordinarias cualidades que le había enumerado su entusiasmado visitante? ¿Era posible que por esa razón, no reconocida por él, seguía sin encontrar una mujer con la que reemplazarla? ¿Había cometido, al despreciarla, el mayor error de toda su vida?
Claudio, desesperado, comenzó a maldecir al hombre que acaba de macharse, cuando en realidad al que debiera maldecir era a sí mismo por lo imbécil que había sido al perder a la mujer más valiosa que había conocido jamás.

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