PÍDEME LO QUE QUIERAS Y YO LO HARÉ (MICRORRELATO)

platos-sucios-28661880PÍDEME LO QUE QUIERAS Y YO LO HARÉ (MICRORRELATO)
Martita tenía muy limitada experiencia vivencial. Llevaba muy poco tiempo en el mundo de las relaciones de pareja. Nada sabía aún sobre abusos y traiciones. Por eso aquella noche, en un rincón de una discoteca con notorias deficiencias en materia de luz, y exagerado abuso de decibelios, ella y Toni, un chico que había conocido un rato antes, practicaron a tope el sistema braille de las caricias, tanto empleando en esta excitadora tarea la boca como las manos. Excitadísima ella, perdido todo recato, prudencia y control, le dijo, jadeante, a Toni:
—¡Ay, Toni, pídeme lo que quieras! Pídeme lo que quieras que yo no tendré un no para ti.
—Perfecto, tía. Vamos a mi casa —decidió él conduciéndola cogida de la cintura hacia el aparcamiento donde había dejado su coche.
Él la llevó en su vehículo  hasta su vivienda y, una vez  allí la condujo del brazo hasta la cocina, le ató un delantal a la cintura y señalándole el fregadero y la encimera donde se encontraba una montaña de utensilios de cocina, platos, vasos y cubiertos sucios, le dijo:
—Anda, friega todo esto que no tengo cacharro alguno limpio con el que poder cocinar mañana.
Toni se equivocó con ella. Cierto que Martita parecía medio pánfila, pero así mismo padecía un pronto irreflexivo que la convertía en muy peligrosa. Sin malgastar saliva en amenaza alguna, agarró con ambas manos una sartén de notable tamaño y la estrelló violentamente en la cabeza de Toni. A éste el sartenazo le sentó fatal. Primero perdió el conocimiento y después, cuando lo recobró, no estaba más en sus cabales pues se puso a limpiar todo cuanto objeto sucio había en el fregadero y la encimera al tiempo que cantaba:
—“Si yo fuera rico, yadi, dadi, didu dum… Todo el día bidi, bidi, bum. Si yo fuera un ricachón, nada de trabajo, llubi, dubi, dubi, todo el día…”
Lo malo para Toni no fue que le diera por cantar, sino que lo encerraran en un psiquiátrico y cuando recuperó la sensatez descubrió que le gustaba tanto el fregoteo que se empleó de lavaplatos en un hotel. Y es que no hay nada mejor que una experiencia dolorosa para descubrir nuestra verdadera vocación. A pesar de que en este caso hubo un final feliz, a nadie recomiendo vaya por la vida dando sartenazos y recibiéndoloes. Las leyes lo prohiben y castigan. A los precavidos puedo recomendarles una industria que fabrica sartenes de papel. No sirven para cocinar, pero sí para gastar una broma y también como objetos decorativos.

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