LA MUJER QUE HABLABA A LAS PALOMAS (MICRORRELATO)

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(Copyright Andrés Fornells)

Mañana soleada. Parque céntrico de la ciudad. Una mujer de unos cincuenta años, mientras les da de comer a un numeroso grupo de palomas que la rodean, les habla, les pone cara seria, les reprende, les aconseja, les sonríe, les dice cosas tiernas.
Las palomas comen y emiten sonidos de imposible interpretación para los humanos no dedicados a la colombófila.
Otra mujer, que lleva un rato observándola con cierta curiosidad, se acerca a la mujer que proporciona alimento a las aves y, en un tono entre afectuoso e irónico le dice:
—Oiga, ¿las palomas le contestan a todo lo que usted les dice?
La mujer que da de comer a las palomas se vuelve hacia la mujer que le pregunta y responde mostrándole simpatía:
—No. No me contestan, pero por lo menos me escuchan, algo que en mi casa no hacen ni mi marido ni mis hijos.
—La entiendo perfectamente. Deje de hablarles a las palomas, vengase conmigo a un banco y hablemos nosotras. A mí, en mi casa, me ocurre lo mismo que le ocurre a usted en la suya: ni mi marido ni mis hijos me escuchan.
Y sentadas en un banco, ambas mujeres hablan y hablan hasta secárseles la garganta y toser, pero no les importa sus toses porque son toses felices.
Las palomas, a su alrededor, también zurean lo suyo. Bueno, aquellas que no están entretenidas llenando de excrementos la estatua de un famoso general. Evidentemente ellas no entienden de guerras ni de héroes, ni están expuestas a ser multadas, o algo peor, encarceladas y torturadas, o silenciadas para siempre.

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