LA RAZÓN POR LA QUE GIL PEREZ IBA TANTO AL CINE Y YO TAMBIÉN (MICRORRELATO)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(Copyright Andrés Fornells)
Son muchas las personas a las que apasiona el cine. Son muchas las personas que ven varias películas por semana. Mi amigo Gil Pérez era una de ellas. Son muchas las personas que se enamoran de actores y de actrices de la gran pantalla. Mi amigo Gil Pérez era una de ellas. Se había obsesionado con la bellísima Megan Fox. Sus películas las veía una y otra vez, sin cansarse. Estaba tan obsesionado con ella que tenía las paredes de su apartamento empapelado con fotos suyas.
Durante algún tiempo dejé de ver a Gil Pérez. Un amigo me dijo que se había marchado a Estados Unidos a vender unos sujetadores de su invención que, además de resaltar los senos femeninos, los fortalecía.
Una mañana, al salir de unos grandes almacenes donde acababa de comprarme media docena de calcetines que estaban rebajados, vi a Gil Pérez apoyado contra el capo de una limusina. Me acerqué a él pensando que podía ser el chófer de aquel lujosísimo vehículo y le pregunté:
—Pero ¿qué haces tú por aquí, Gil? ¡Cuánto tiempo sin verte!
—Esperando a mi novia estoy —me explicó—. Quiero llevarla a que conozca el Retiro.
—¿Cómo te van las cosas? —me interesé.
—Como siempre. Unas veces bien, y otras mal.
—¿Sigues tan aficionado al cine?
—No, el cine ha dejado de interesarme. Perdona. Ahí viene mi novia.
Volví la cabeza y descubrí, boquiabierto de sorpresa, que su novia era nada menos que Megan Fox. Entendí perfectamente su actual desinterés por el séptimo arte. Había conseguido ya su gran sueño.
Ellos se marcharon subidos en la impresionante limusina, y yo me quedé perplejo a más no poder y, sobre todo muy pensativo.
Y por si era capaz de igualar a mi amigo Gil Pérez comencé a no perderme ninguna película de mi actriz favorita, Escarlette Johansson y de empapelar paredes con su foto. Dicen que de ilusión también se vive. Perdón, voy a atender una llamada que tengo en mi móvil:
—Sí, Escarlette, te recojo ahora mismo, cariño. No tardo nada.
Perdonen, que les deje. No quiero hacer esperar a mi novia.
(Para los lentos, que no lo hayan pillado, que miren la foto de arriba. Y, a los que viven desprevenidos les digo lo mismo que nos decía don Bonifacio, nuestro profesor de Religión a sus pasmados alumnos: “Tonterías las mínimas, que Dios lo ve todo”.)