UN NIÑO AMABA A UNA MAMÁ QUE NO ERA LA SUYA (MICRORRELATO)

 


Albertito vivía en una mansión. Sus papás eran muy ricos e influyentes. También eran bellos y elegantes, cultos y refinados. Tenían numerosos amigos en las altas esferas. Estos amigos los invitaban a las fiestas más selectas. Ellos daban asimismo fiestas en su majestuosa villa, con gran derroche de lujo, manjares exquisitos y bebidas salidas de las bodegas más caras y afamadas. Orquestas de prestigio interpretaban música selecta para que la bailasen los invitados especiales que concurrían a estos notables eventos.
Albertito, desde lo alto de la escalera del piso de arriba los observaba a veces con cara de fastidio murmurando en un lenguaje que nunca le habrían permitido ni sus progenitores ni sus estrictos educadores:
—La misma mierda de siempre. Y mientras yo me aburro aquí como una ostra, Tino debe estar con su madre riendo y disfrutando de su cariño.
Tino era el hijo de la guardesa. La guardesa se llamaba Eugenia. Ella y Joaquín, su marido, que se cuidaba de los jardines, vivían en una modesta casita muy alejada del principesco edificio principal.
Siempre que podía escaparse de sus tutores, Albertito acudía a la humilde morada de los guardeses para jugar con su hijo y sentarse en el maternal regazo de la gorda Eugenia que les contaba cuentos muy divertidos, le acariciaba la cabeza, le miraba con ojos amorosos y le decía dulzuras tan embriagadoras que a él le enamoraban el corazón.
Albertito envidiaba a Tino porque tenía una madre maravillosa que no olía a perfumes exquisitos y exclusivos, sino que olía a agua de rosas y a delicioso sofrito, y sabía, con sus atenciones, hacerle feliz todo el tiempo. La madre suya, por el contrario, le regañaba y le señalaba lo que, debido a su posición social, él podía o no podía hacer.
Albertito solo era dichoso el tiempo que pasaba con los guardeses. Albertito envidiaba a personas que económicamente eran muy inferiores a las pertenecientes a su mundo sofisticado y pudiente. El niño Albertito nunca había entendido que a él, hubiera personas que pudieran envidiarle.

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