¡GOL! (MICRORRELATO)

(Copyright Andrés Fornells)
El estadio se hallaba lleno hasta la bandera. Los enfebrecidos seguidores de los dos equipos agitaban en el aire, con gran entusiasmo, sus banderas, sus bufandas y los ensordecedores gritos de ánimo al equipo de sus amores.
Todos estaban predispuestos para ver un extraordinario partido. Los árbitros llevaban buenos cronómetros, pitos nuevos, tarjetas nuevas, uniformes bien planchados y botas bien lustradas.
Hacía una tarde agradable. El cielo se hallaba despejado, sin una sola nube que manchase su hermosa armonía azul. El viento, como más convenía a este evento, no estaba presente. Las líneas que delimitaban el campo y marcaban las diferentes áreas se encontraban inmaculadamente blancas y tan rectas como la conciencia de un político recién salido de la fábrica del Buen Dios.
Sonaron los himnos. La algarabía de los seguidores de ambos conjuntos alcanzó sus máximos decibelios. Los capitanes intercambiaron banderines. El arbitró tiró una moneda al aire y después de que se viese había salido cruz, la recuperó porque era su doblón de la buena suerte y además de oro.
El líder que había dicho cruz escogió la parte del campo por el preferida. Los jugadores se situaron en sus puestos. El árbitro los contó, vio que todos estaban allí, once por cada banado; puso en marcha su cronómetro, pitó con energía y comenzó el encuentro.
Y pronto jugadores y espectadores no podían creer lo que sus ojos estaban viento. Los delanteros llegaban delante de la portería chutaban una y otra vez, y la pelota no entraba en ninguna de las dos porterías.
La desesperación se apoderó de las dos aficiones, de los jugadores, de los árbitros y hasta de los palos de las porterías. No se explicaban lo que estaba ocurriendo, aunque tenía una explicación muy sencilla. La explicación era que el balón con el que estaban jugando odiaba el ensordecedor grito de ¡gol! Y sabía muy bien cómo podía evitar oírlo.