EL MATRIMONIO ES COMO UNA CASA (RELATO)

 

  • –¿Qué te preocupa, niño? Tienes muy mala cara.
    —Bueno, abuelo, Laurita y yo andamos algo disgustados estos dias –y arrepintiendose inmediatamente de la confesión que acababa de hacer, el joven no continuó.
  • El anciano examinó, con ojos cansados y expresión preocupada el rostro angustiado de su nieto. 
    —Háblame con total confianza –le pidió–. Sabes que has contado siempre con todo mi cariño y mi comprensión. Cuando eras muy crío, tu madre te dejaba a mi cuidado y tú no guardabas ningún secreto para mí, pues yo te cambiaba los pañales sucios y pestilentes, te lavaba y te ponía otros pañales limpios y secos.
    —Cierto, abuelo. Desde mi venida al mundo solo buenas cosas has hecho por mí.
    —Pues déja que intente ayudarte. Cuéntame que os ocurre a Laurita y a ti.
    —Nos ocurre que cada vez nos tenemos menos cariño. Que tenemos momentos íntimos solo los fines de semana y, a veces, ella pone la excusa de que no se encuentra bien y no los tenemos tampoco. Cuando nos casamos, era todos los días que disfrutábamos de nuestro cariño, y ella nunca me decía que no se encontraba bien.
    El anciano esbozó una sonrisa mitad tierna, mitad triste acordándose de su querida mujer que lo dejó viudo tres años atrás, y a la que seguía echando de menos todas las horas del día.
    —¿Cuántos años lleváis casados Laurita y tú?
    —Tres. No hace tanto tiempo, abuelo. Nos echaste un discurso muy bonito durante el banquete de boda.
    —Cierto. Os eché un discurso. ¿Lo recuerdas?
    —Claro. Dijiste que el matrimonio era como una casa. Una casa al principio está nueva y no presenta ningún problema, pero con el tiempo la  casa va necesitando pequeños arreglos. Unas manos de pintura. Las lluvias y los vientos desconchan partes de las paredes exteriores, castigan el tejado y hay que cambiar, por otras nuevas, tejas que se rompieron. También asentar losas que se soltaron. Cambiar alguna que se rompió. Si no existen más del mismo modelo, cambiarlas por algún modelo que se le parezca lo más posible.
    —Exacto, querido Tino. Y repetí un par de veces que las reparaciones son necesarias, inevitables, imprescindibles. Pero lo más importante de todo, lo que siempre debe prevalecer es la casa. Nada es más importante que la casa. La casa nos cobija, la casa nos protege de todos los elementos adversos. La casa es lo mejor que poseemos. No podemos permitir que se derrumbe. ¿Has entendido esto bien? Tu abuela y yo estuvimos arreglando nuestra casa durante casi cincuenta años y fue maravilloso. Esa casa nos cobijó a todos nosotros, a tus padres primero y a ti y a tu hermana después. No permitas que, por unos pocos malentendidos, por unos momentos de cansancio, de desilusión, de monotonía, de tedio, vuestra casa, la de Laurita y tuya se venga abajo. Te arrepentirás toda tu vida si lo permites. Laurita y tú os casasteis locamente enamorados. Cuando os mirabais el uno al otro todos podíamos ver cegadores destellos de amor en vuestros ojos. No permitáis que los enemigos de todas las casas minen los cimientos de la vuestra y la derrumben. Escucha: una noche del fin de semana llévate a Laurita a cenar a un restaurante romántico. Cómprale unas flores. Esas pequeñas delicadezas gustan muchísimo a las mujeres. Mírala con los ojos de tu alma, como la mirabas cuando os enamorasteis, y dile que la sigues queriendo con todo tu corazón. Y cuando se lo digas te darás cuenta de que es verdad, y verdad será cuando ella te diga que también te quiere de igual modo. Y vuestra casa seguirá cobijándoos hasta la próxima reparación, que terminará necesitando. No se ha construido todavía casa alguna libre de reparaciones.
    Conmovido, Tino agradeció el consejo del anciano:
    —Gracias, abuelo. Eres un sabio.
    —No, muchachito. No soy ningún sabio. Solo soy un hombre que ha reparado muchas veces su casa y aprendió a hacerlo lo mejor que sabía.

Read more