UNA ACCIDENTADA HISTORIA DE AMOR (microrrelato)

(Copyright Andrés Fornells)
A Martita Sánchez la quería yo más que al lucero del alba. Lo malo era que ella, cuando yo le declaraba lo muchísimo que la quería dudaba de mis sentimientos y encogía los hombros como hace mi tío Romualdo cuando su mujer le dice que es un casposo por prohibirle irse de discoteca con las amigas.
Un día, cansado de que Martita no creyera en la autenticidad de mis sentimientos, me subí a lo alto del tejado de la casa de mis padres llevando en mi mano derecha el paragua de mi abuelo. Un paraguas muy grande, con algunos rotos en la tela y dos varillas colgando. Martita pasaba por allí todos los días para ir a la pastelería donde trabajaba. Vamos, como para que no tuviese ella dulces los labios. Por fin la vi venir ensimismada y con cara de sueño.
—¡Eh, Martita! —le grité—. Si de verdad no crees que yo te quiero más que al lucero del alba, ahora mismo me tiro con el paraguas abierto y que sea lo que Dios quiera. Y que será demostrar que yo no soy de goma.
A ella primero le adquirió la boca la forma de un donut color chicle. Después sus preciosos ojos verdes le hicieron chiribitas, y finalmente con la voz más cariñosa que jamás había tenido para mí me dijo:
—Anda, baja por la escalera, tontito, que te daré un beso que se te aflojarán las canillas.
Con las prisas que me entraron de recibir tan maravilloso premio, tentado estuve de lanzarme con el paraguas para llegar antes junto a ella. Pero recordé a tiempo que solo las pelotas salen impunes en las caídas. Así que corrí hacia la escalera, salté escalones de cuatro en cuatro, me caí, me rompí una pierna y en el hospital, tendido yo en la cama con esa pierna enyesada donde todos mis amigos habían escrito guarradas, Martita me confesó que ella también me quería más que al lucero del alba. Y me trajo un dulce de cabellos de ángel que nos comimos a medias, bocadito a bocadito mientras nos decíamos esas tonterías que les parecen cursis a todos, menos a los enamorados que las dicen.