LOS DOS GRANDES AMORES DE SU VIDA (MICRORRELATO)

(Copyright Andrés Fornells)
Arturo y Sofía habían llegado a la edad madura. Ambos venían de familias bien acomodadas y, gracias a sus excelentes abogados, las fortunas heredadas por ambas partes no habían mermado, sino aumentado considerablemente. Esto les permitía disfrutar de todo tipo de lujos y de caprichos. A ellos dos no los había unido el amor sino la conveniencia y, debido a la buena educación y el mutuo respeto que siempre hubo entre los dos, a sus cincuenta y pico años continuaban juntos y conviviendo en total armonía.
Más por habito que por verdadero gozo, todos los años realizaban unas cortas vacaciones a un país extranjero nuevo. Aquel año, por haberse enterado viendo y escuchando las noticias  televisivas de que había nevado y hecho mucho frío en la zona suya, inclemencias que ellos no habían sufrido,  pues vivían en una casa muy confortable, los alimentos los encargaban por teléfono, se los traían a casa, y además contaban con la ayuda de dos asistentas por lo que a lo largo de los días no tenían que realizar más esfuerzo que cuidar de sus personas y mimar a sus mascotas, decidieron visitar una parte de los Estados Unidos que desconocían: Miami. Miami tenía abundante sol, playas de arena, palmeras y mar. Los tres componentes que, en su opinión, convertían un lugar en paradisíaco.
Tras un comodisimo viaje en avión, en primera clase y recibiendo las atenciones especiales para las personas VIP. El avión que los traía aterrizó  sim problema alguno, en el Miami International Airport. Inmediatamente una elegante limusina los llevó al selecto hotel Royal. Fueron atendidos servilmente por la recepción del mismo, y un botones llevó su enorme equipaje a la lujosa suite que habían reservado. En el saloncito tomaron asiento y quedando a la espera que del bar les subieran las dos piñas coladas que habían pedido.
—Lo vamos a pasar muy bien aquí —dijo Arturo mirando por el amplio ventanal la magnífica vista que se ofrecía a sus ojos.
—Sí, yo creo lo mismo —coincidió Sofía disfrutando de la misma vista que su marido.
Siguió un silencio y él, en un tono de repentina nostalgia dijo con voz quebradiza:
—Voy a echar tanto de menos a Rafu, que se me romperá el corazón.
—A mí me ocurrirá lo mismo con Fina.
Suspiraron entristecidos. Sus ojos cargándose de humedad. Ella consultó su valioso reloj de oro y brillantes  y sugirió:
—Podríamos llamarles. Ya estarán bien despiertos a esta hora.
—Sí, llamémosles.

En aquel momento llegó el servicio de habitaciones y una camarera depositó sobre la mesa del saloncito las bebidas que habían pedido. Firmaron la nota y, en cuanto la empleada se marchó, ambos corrieron a la habitación que le correspondía en la suite, pues llevaban ya muchos años durmiendo separados, y cada uno con su móvil realizó una llamada trasatlántica:
—Señor Gómez, ¿puedo hablar con Fina? —pidió Sofía.
—Claro, señora. Tenga la bondad de aguardar un par de minutos.
—Señor Pérez, ¿puedo hablar con Rafu? —pidió desde su propio móvil Arturo.
Transcurridos unos pocos minutos Sofía escuchó unos ladridos por el móvil y preguntó extremadamente amorosa:
—¿Cómo estás mi vida? ¿Te tratan bien? ¿Me echas muchísimo de menos? ¿Tanto como yo te echo de menos a ti?
En la habitación vecina Arturo hacía las mismas preguntas a Rafu, recibiendo parecida serie de ladridos.
Sofía y Arturo lloraron de emoción, conmovidos escuchando los ladridos de sus amadas mascotas. Sofía y Arturo eran dos seres tiernos, sensibles, que se preocupaban por quienes eran receptores de su inmenso amor. 
Rafu y Fina ignorían siempre  la existencia de millones de seres humanos que desearían tener su bienestar, llevar su regalada existencia y ser queridos como lo eran ellos, aunque para ello tuviesen que ladrar y mover el rabo.