DULCE ENAMORAMIENTO (MICRORRELATO)

Luisito se estaba quedando sin amigos. Unos porque se echaban novia y, otros, porque se casaban. A él le gustaban mucho las chicas, pero huía de ellas. No quería enamorarse. Tenía miedo. Albergaba el convencimiento de que el amor era una cárcel y él amaba, sobre todas las cosas de este mundo su libertad.
Pero al igual que no se manda en el destino, tampoco se manda en los sentimientos. Y un día entró en su casa Amanda, una joven vecina, preguntando por su madre.
—No está aquí en este momento. ¿Querías algo de ella? —ofreció Luisito.
—Verás, es que estoy preparando un pastel y me he dado cuenta de que no tengo bastante azúcar y quería pedirle a tu madre, prestada, una taza de azúcar.
Nada más verla, los ojos de Luisito que nunca se habían fijado antes en ella, (pero ella sí se había fijado en él) quedaron prendados de su bonita figura y de su encantadora sonrisa.
—Bueno, yo puedo prestarte ese azúcar, pero poniéndote una condición.
—¿Qué condición? —mirándole ella con estudiado parpadeo y riéndose coqueta.
—Que me des a probar el pastel.
—De acuerdo, pero tú tienes que decirme, sinceramente si te gusta o no.
—Te lo diré.
Amanda le trajo un buen pedazo de pastel. Luisito le dio un bocado y reconoció, sincero, que era lo más delicioso que había comido nunca. Y pensó en lo agradable que sería comer frecuentemente pasteles tan ricos como aquél.
Luisito comenzó a cortejar a la excelente repostera, y entre pastel y pastel Luisito se enamoró de Amanda y reconoció que el amor, tal como él había supuesto era una cárcel, pero que ahora que estaba encerrado en ella lo último que deseaba le sucediese era recobrar la aburrida libertad que alguna vez tuvo.