POBRE NIÑO, POBRECITO (ACTUALIDAD)

(Copyright Andrés Fornells)
Años atrás, a un familiar mío se le murió un hijo pequeño. Me impresionó tanto el infinito dolor de su madre que, a pesar de haber transcurrido muchos años desde aquel luctuoso suceso, sigo teniéndolo presente.
No conozco palabras que puedan expresar en su justo valor lo que significa para unos padres la pérdida de un hijo querido. Posiblemente esas palabras no las conozca nadie; Pues no existe pena mayor, sufrimiento mayor, desgarro mayor que perder a un hijo pequeño que apenas ha comenzado a disfrutar la magia del mundo que le rodea. Perderlo cuando sus ojos centelleantes de ilusión quedan todavía asombrados, fascinados, embelesados con todas las maravillas que van descubriendo a diario. Cuando su tierno corazón estalla de gozo con el amor que recibe de las personas que lo aman y con el amor que él les devuelve.
El familiar al que me he referido, al principio, perdió un hijo de corta edad debido a una enfermedad incurable. Perder a un hijo porque te lo han matado, El dolor debe ser insoportablemente superior. Para enfermar de desesperación, sin duda.
Ojalá la compasión, el amor y la solidaridad de las personas que esos desdichados padres del niño Gabriel tienen cerca, les procure algo del muchísimo consuelo que necesitan.
Al niño Gabriel le apasionaban los peces. Los que conocemos la empatía, cada vez que veremos un pececito nos acordaremos de él. Y nunca mueren del todo aquellos seres humanos que siguen vivos en la mente de las personas que albergan dentro de su pecho la piedad.
Descanse en paz el niño Gabriel y, ojalá sus afligidos padres encuentren algún consuelo en las muestras de cariño de todos nosotros, que formamos una colosal multitud de buena gente.

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