UN LADRÓN EN EL ESTABLO DEL NIÑO JESÚS (MICRORRELATO)

(Copyright Andrés Fornells)
Hubo en tiempos muy lejanos un rey llamado Herodes. Este monarca era tan malo que tuvo que dejar de mirarse en el espejo porque se asustaba de verse a sí mismo reflejado en él. Su horrorosa historia no voy a contarla yo ahora, por falta de tiempo, insuficiente investigación por mi parte y ningún deseo de amargarles estas fiestas, pero les adelantaré que mandó a sus esbirros a matar cuantos niños pudiesen. Algo más criminal que esto, no se conoce en los anales de nuestra civilización incivilizada.
Hoy les contaré un vergonzoso hecho que realizó un hijo de Herodes llamado Tutimonte. Tutimonte era un despreciable ladrón. Resulta que llegó a sus oídos que tres reyes venidos de oriente le habían regalado a un niñito nacido en un humilde establo: oro, incienso y mirra, y este maleante, sin escrúpulo alguno, decidió acercarse al mencionado establo y robar estos presentes.
Se acercó a su objetivo aprovechando la oscuridad de la noche. Y moviéndose con el más astuto sigilo consiguió penetrar dentro del humilde refugio. Escuchó con todos sus sentidos agudizados al máximo y pudo percibir la apacible respiración de María, José y el niñito Jesús. Esbozó esa sonrisa de malvada satisfacción, característica de los maleantes cuando están convencidos de que todo está saliéndoles como han planeado y, con ojos de gato, logró localizar su objetivo y hacia allí avanzó de puntillas para hacer el mínimo ruido posible.
Pero Tutimonte no contaba con el sueño tan ligero que tenían los dos animales que había en el establo: una vaca tetuda y un burro orejudo. Éstos no solo olieron su presencia, sino que le escucharon moverse en dirección a la estantería donde se encontraban los regalos que le habían traído al niño Jesús los tres reyes magos.
—Ha entrado un asqueroso ladrón —musitó la vaca al oído del burro.
—Lo escuché. Vamos a por él —propuso el asno poniéndose también a cuatro patas.
En esta ocasión la productora de leche fue más rápida que su rebuznador compañero y, clavando un cuerno en el trasero de Tutimonte se lo llevó fuera del establo y lo lanzó por encima de las redes de unos pescadores, adelantándose a todo el mundo en lo de descubrir el juego del voleibol. El pollino espero a que el granuja, con enorme dificultad y ayes de dolor se pusiera de pie, tambaleante, para arrearle una tremenda coz a consecuencias de la cual Tutimonte estrelló su cabeza contra una pared, descubriendo el inteligente borrico, antes que nadie, el juego del frontón.
Cuando Tutimonte recobró el conocimiento, bajo la piadosa luz de la luna, su cerebro había dado un vuelco de 180 grados. En adelante nunca robo a nadie ni tan siquiera un alfiler, sino que se convirtió en un trabajador esforzado y ejemplar que empleaba la mitad de su salario en comprar pan para los pobres que morían de hambre.
Esta historia no la conocía nadie hasta hoy mismo, incluido yo.

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