LOS HUEVOS SALVADORES (MICRORRELATO)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Numerosos intelectuales exponen, a menudo, su opinión de que el conocimiento de lenguas extranjeras tiene suma importancia porque puede servir, entre otras muchas cosas, para averiguar lo que otros piensan hacernos.
Había en un gallinero muy humilde dos gallinas y un gallo. La relación entre estas tres aves era la de pleno entendimiento y una pacífica convivencia. El gallo cumplía con chulería el papel que debía cumplir, y las gallinas también el suyo. Una de las dos ponedoras jamás se había preocupado en tratar de entender el idioma que hablaban los dueños del pequeño gallinero, un matrimonio anciano que, por falta de recursos vivían pobremente. La otra ponedora había puesto todos sus sentidos en comprender la lengua de quienes las tenían presas.
Para aquella pareja de viejos sus tres animales de pluma significaban una de sus principales fuentes de alimentación, pues sobrevivían prácticamente de las tortillas de patata que se hacían con los huevos de las dos ponedoras.
Pero llegó el otoño y recortó considerablemente la duración de la luz diurna. Todos los que están al tanto de cómo funciona el asunto de la huevería, sabe que este recorte de claridad diaria desorienta a las ponedoras y corta su producción de huevos. Producción que se convierte en cero patatero si se junta con la muda como fue el caso de aquellas dos gallinas (el gallo se libró de toda crítica por carecer de huevos).
Cierta mañana los dos ancianos, cuando les daban de comer a sus animales comentaron:
—Nuestra situación es tan desesperada que, pasado mañana, sábado, tendremos que sacrificar a una de las gallinas puesto que, al no darnos huevos, se nos han convertido en un gasto inútil.
Y aquí viene la importancia de procurar conocer más lenguas que la propia. La gallina que poseía un brillo muy despabilado en sus ojos, y que se había esforzado en entender el habla de sus dueños, detuvo el proceso del cambio de plumas, inmediatamente, y forzó a su cuerpo a poner de nuevo huevos.
Su ignorante compañera siguió con el proceso natural de soltar plumas viejas para suplirlas por plumas nuevas, y el sábado de aquella misma semana fue sacrificada por sus explotadores. Su lista compañera vivió durante quince años y llegada a su máxima longevidad sirvió para hacer un caldo de gallina de los que resucitan a los muertos, como reconocieron los dos octogenarios que lo disfrutaron.