ACARICIABA A UN GATO (MICRORRELATO)

(Copyright Andrés Fornells)
La soledad es una gruta tenebrosa, lúgubre y absorbente. Quien la padece siente que lo aísla de la alegría, del optimismo y del gozo.
Arsenio Gómez vivía gravemente aquejado de soledad. No tenía ni familia ni amigos. Se ganaba la vida realizando trabajos informáticos en su ordenador, lo cual contribuía a alejarlo de cualquier posible contacto con otras personas. Hombre carente de atractivo, silencioso y patéticamente tímido, recibía la indiferencia, antipatía y rechazo de la gente que vivía en su mismo inmueble. Y tampoco en el gran supermercado donde compraba sus alimentos encontraba el agrado de los dependientes. Todo lo anterior motivaba que Arsenio se pasara días sin hablarle a nadie, ni le hablaran a él.
Pero todas las noches, después de comida la frugal cena por él preparada, este hombre solitario bajaba a un bar situado en la misma calle del edificio donde moraba. El dueño de este bar poseía un gato al que llamaba “Cafeconleche” por su pelaje negro con manchas blancas. “Cafeconleche” tenía como lugar favorito de reposo una silla colocada junto a una mesa situada en un rincón del establecimiento. Nadie iba a sentarse cerca de él por haberse corrido, entre los parroquianos, la voz de que el animal tenía pulgas.
Arsenio solía ocupar una silla de esa mesa excluida. La silla más próxima al felino tumbado. Alargaba hasta él su mano y, al tiempo que lo acariciaba con extremado cariño arrancándole un feliz ronroneo, le decía todas las ternezas que tanto deseaba alguien le dijera a él. La reacción del animal era mirarlo con sus ojos color musgo y dedicarle unos miaus que Arsenio entendía cargados de ternura.
Quizás no lo fuera para el felino, pero para el hombre solitario esos momentos que pasaba con él, eran los mejores suyos de todo el día.

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