LA MAGIA DE LA NIÑEZ (MICRORRELATO)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(Copyright Andrés Fornells)
No sé si mucha gente coincidirá conmigo, en la opinión de que la niñez, presenciada desde la atalaya de la madurez, no importa lo difícil que haya sido, posee una especie de aureola mágica que la embellece hasta un punto en que su evocación despierta en nosotros una nostalgia tierna, entrañable, conmovedora.
La infancia mía estuvo llena de vicisitudes. Los alimentos escaseaban en casa. Acostarnos con hambre era un pesar que sufríamos casi diario. Vestiamos ropas deterioradas, desechadas por otros. Tenía yo únicamente los juguetes que me inventaba. Latas de conserva que unidas por cordeles convertía en trenes con vagones cargados con las mercancías que mi fantasía decidía. Cañas que con un alambre en uno de sus extremos convertía en aparejo de pesca y, con el que mi imaginación pescaba ballenas, animales que solo había visto en imágenes y que me aseguraban eran unos peces más grande que nuestra iglesia del pueblo. Y hojas de periódico con las que los adultos me habían enseñado a construir aviones, sombreros y barcos.
A pesar de muchas carencias, la infancia mía fue mágica porque conté con el amor y la protección de mis abuelos y mis padres.
 Y nunca olvidaré a una anciana de mi calle que llevaba siempre algunos caramelos en el bolsillo para darlos a los pequeños que veía llorarndo. A mí me dio más de uno. La llamábamos abuela Matilde. Iba siempre vestida de luto y alguna gente decía de ella que la había vuelto loca la muerte de un hijo. Esta mujer, con su humilde generosidad, la mantengo viva en mi recuerdo junto a los míos. Es por este breve escrito que he dicho lo de que la infancia tiene algo mágico e imborrable.