LA COMPASIVA PURI (MICRORRELATO)


(Copyright Andrés Fornells)
Durante mi dorada época de Instituto. La he calificada de dorada porque fue un tiempo extraordinario para mí, pues me permitió descubrir y leer a grandes escritores, mantener con los compañeros apasionadas discusiones sobre mil temas diferentes, experimentar enamoramientos tan súbitos como explosivos, y desengaños inesperados y “desgarradores”.
En nuestro primer curso, Alonso, mi mejor amigo, y yo nos enamoramos de la misma chica: Puri Gómez. Puri Gómez poseía una risa tan musical y voluptuosa, que por el placer de escucharla, Alonso y yo realizábamos estupideces tan notables como caminar cabeza abajo, detener el tráfico para que cruzase la calle un perro asustado, o escribir en la pizarra de clase: “Por un beso de Puri Gómez me estaría saltando a la comba un día entero”. “Si Puri Gómez me lo ordenase, yo me casaría con la profesora de lengua”. Este último escrito consiguió que el aula entera se tronchase de risa, pues la profesora mencionada era más fea que Frankenstein con peluca gris. La profesora, que se llamaba Encarna Montesinos, debió sospechar que esto lo había escrito Roberto, el tío más guapo de la clase, pues le ordenó borrarlo y el resto del curso le hizo la vida imposible.
Mi amigo Alonso era muy temperamental. Un día a la salida del instituto suplicó a Puri que el domingo por la mañana fuese a verle jugar al futbol. Él jugaba de extre-mo para el Caja Palmira y le prometió hacer un gol y dedicárselo. Ella le dijo que no iría a verle jugar, pues se había comprometido conmigo en ir ambos a la granja de mi tío Anselmo donde yo le enseñaría los preciosos conejitos blancos que tenía este gran-jero pariente mío.
Alonso cogió una de sus estúpidas rabietas y le dio un puntapié al tronco de un olmo que ambos tenían cerca, y se rompió el pie.
Yo fui uno más de los que le llamamos estúpido por haber realizado tan estúpida acción. Tuve que tragarme mis palabras. Compadecida de él, Puri le acompañaba todas las tardes.
Cometí con él una injusticia debido a la envidia que me corroía por dentro, y que fue pregonar que Alonso se había roto el pie expresamente para conquistar a Puri con el infalible truco de la compasión.
Cuando a Alonso le quitaron la escayola y comenzó a usar su pie, Puri empezó a salir con Roberto, el guaperas que no tragaba la señorita Encarna, profesora de lengua. Y mi amigo me comentó un día, con infinita amargura:
—La muy estrecha de Puri a mí nunca me dejó besarla en la boca ni siquiera en el oscuro portal de mi casa, y con ese imbécil de Roberto se besa en la boca hasta en lugares donde todo el mundo puede verlos.
Al final del curso, Puri y Roberto habían roto. No nos importó. Tanto a Alonso como a mí, Puri había dejado de interesarnos. El mor duradero, ambos tardaríamos aún bastante tiempo en conocerlo.

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