¿ES LA FEALDAD ALGO RELATIVO (MICRORRELATO)


(Copyright Andrés Fornells)
Margarito Pilones había nacido además de feo sin ninguna gracia personal. Era aburrido, tétrico y refunfuñón. Su misma madre, cuando le mencionaban la absoluta carencia de atractivo de su hijo, en vez de defenderle se echaba a llorar de la pena que sentía. Pena que, para ahorrársela, decidió abandonarle y marcharse con un vendedor de ajos e ir con él de Mercadillo en Mercadillo.
Margarito Pilones había conseguido un trabajo de los menos deseados: empleado en la recogida de basura. Su jefe, que nunca habría conseguido un sobresaliente en caridad humana ni en diplomacia, dijo a Margarito cuando le contrató:
—Te pondré en el turno de noche porque de día, con lo feo que eres, asustarías a los niños.
Cuando este joven nulamente agraciado llegó a la edad de veinticinco años lo celebró con un paquete de galletas de chocolate y una gaseosa en compañía de su único amigo, un ciego que, por no poder verle la cara, le resultaba fácil brindarle amistad y afecto.
Un mediodía, Margarito Pilones se hallaba todavía dormido pues, cumpliendo su horario habitual, se había acostado de madrugaba, cuando le despertó el timbre de la puerta del apartamentito de alquiler antiguo que habitaba. En calzoncillos, que era como solía acostarse, pues su mísero sueldo no llegaba para comprar pijamas, se acercó a la puerta de la calle y la abrió. El que había llamado era un joven muy bien vestido que, tras echarle una mirada despectiva, le entregó una carta de parte del director del bufete de abogados que le tenía empleado.
—El señor Augusto Tiznado, mi superior, le ruega que en cuanto haya leído el contenido de esta carta tenga la amabilidad de llamarle al número de teléfono que le ha puesta en la misma —le comunicó marchándose acto seguido.
En esa carta, el abogado señor Augusto Tiznado anunciaba a Margarito Pilones que había muerto el hermano de su padre, que había emigrado a América, muerto sin más pariente cercano que él, y le había dejado heredero de treinta millones de dólares.
A partir de esta riqueza inesperada, Margarito Pilones descubrió que, de pronto, todo el mundo lo encontraba bello, gracioso, encantador y digno de ser amado. Y tuvo que reconocer que los milagros existían. ¡Los milagros de la riqueza!
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