LA PUERTA PROHIBIDA (MICRORRELATO)


(Copyright Andrés Fornells)
De vez en cuando la virtud de la sensatez se manifiesta en nosotros de un modo tan claro que, las codicias y ambiciones que nos la oscurecen a diario, no lo consiguen y entonces reconocemos que no solo tenemos cubiertas nuestras necesidades vitales sino que, además, contamos con el mayor de los tesoros: que es una buena salud. En esos momentos de elevada claridad mental somos capaces de reconocer que la felicidad, ese estado de bienestar absoluto que todos deseamos alcanzar, lo tenemos alcanzado si no dejamos que ambiciones, envidias y anhelos a menudo fuera de nuestro alcance nos cieguen impidiéndonos ver nuestra hermosa realidad.
No sé qué jeroglífico mental, repentinamente descifrado, ha traído a mi memoria uno de los cuentos que la genial Scheherezade dejó, para la posteridad, en sus famosas “Mil y una noches”. Es el cuento de un joven al que dieron el empleo de cuidar de diez ancianos que se pasaban todo el tiempo llorando, poniéndole la condición de que nunca les preguntase el motivo de su aflicción ni abriese una misteriosa puerta que había cerrada con cuatro candados.
Finalmente, cuando solo quedó vivo el anciano que le había contratado, éste le reveló que todos los viejos lloraban por culpa de esa puerta misteriosa que él nunca debería abrir, pues tras ella estaba el origen de todas desgracias. Murió también este anciano y el joven no resistió la tentación de abrir la puerta que le había sido pedido no abrir.
La abrió y encontró un largo pasillo que le llevó a un río. De pronto apareció un águila negra que le cogió entre sus garras y le llevó por el aire hasta una isla situada en medio del mar. Allí le recogieron diez mujeres, lo subieron a su barco y le llevaron a un fabuloso lugar donde se alzaban maravillosos palacios rodeados de vergeles asombrosamente hermosos.
La reina de este extraordinario lugar lo corono rey y le hizo partícipe de las inmensas riquezas que poseía, haciéndole una única prohibición abrir una puerta del palacio, que ella le señaló.
Aquel joven llevó durante varios años una existencia regalada en la que no le faltó de nada y vio cumplidos todos sus deseos, con tan solo expresarlos. Pero aquella puerta misteriosa le tenía muy intrigado. “¿Qué será lo que hay detrás de ella? Seguramente las mayores maravillas de este mundo. Sufro muchísimo por no saberlo”, se decía.
Y un día en que la sensatez se ausentó de su mente, aquel joven no resistiendo más tiempo su curiosidad, abrió la puerta prohibida e, inmediatamente apareció el águila negra que, cogiéndole entre sus garras le devolvió en un instante al lugar de partida. Y comprendió entonces, este joven imprudente, el desconsolado llanto de los ancianos que él había cuidado. Y desesperado por la inmensa felicidad que había perdido, también él estuvo llorando sin parar hasta el día de su triste muerte.
En la vida, todos tenemos lecciones que nos son imprescindibles aprender, y puertas prohibidas que, para nuestro bien, más nos valdría respetar.
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