EL HOMBRE DEL JARDÍN BONITO (RELATO)

EL HOMBRE DEL JARDÍN BONITO (RELATO)

EL HOMBRE DEL JARDÍN BONITO

Aquel hombre se llamaba David. En nuestra calle, donde todas las viviendas eran casas adosadas con una parcelita de terreno de unos veinte metros en la entrada, él había creado un jardín notable por lo bien cuidado y por la gran variedad de hermosas plantas que había reunido en él.

A veces, cuando nuestras miradas se encontraban al pasar yo por delante de su propiedad, cambiábamos un breve saludo y una sonrisa.

Él vivía solo, debía pasar de los sesenta y yo pensaba de él que era un buen hombre contento con su soledad. Una tarde de verano, crucé por delante de su jardín camino del pequeño supermercado situado en una calle paralela, al que solíamos acudir muchos vecinos del barrio.

Me sorprendió verle sentado en un rústico banco de madera situado en su pequeño porche, con una copa en su mano y una botella de champán al lado, de la cual debía haberse bebido buena parte pues se estaba riendo de un modo ostensible. Aquella muestra de júbilo por su parte me llamó la atención. Así que me detuve y, advirtiendo él inmediatamente mi presencia se volvió a mirarme dando pie a que yo le dirigiera la palabra:

—Parece estar usted muy contento hoy, señor David —le dije.

—Lo estoy. Estoy loco de contento —respondió cuando descendió la intensidad de sus carcajadas.

—¿Le ha tocado la lotería tal vez? —dije despertada mi curiosidad.

—Me ha sucedido algo infinitamente mejor: se ha muerto mi hermano.

Durante varios segundos la sorpresa despertada en mí por su inesperada respuesta me retrasó la reacción. Finalmente, observándole con extrañeza le dije:

—¿Le causa regocijo la muerte de su hermano?

—Me causa infinita alegría su muerte —afirmó él, contundente, después de haberse tomado otro sorbo de champán—. Llevaba treinta años deseando su muerte, anhelándola.

Aunque no me gusta meterme en la vida de nadie, mi innata curiosidad me animó a preguntarle:

—¿Odiaba usted a su hermano?

—Con toda mi alma. Por eso su muerte me colma de felicidad y lo celebro

emborrachándome.

El deseo de averiguar los motivos de su odio le pedí:

—¿Por qué odiaba usted a su hermano?, perdone el atrevimiento de mi pregunta.

—Porque era un maldito canalla. Me robó a mi mujer a la que yo amaba más que a mi vida, y por su culpa he vivido todo este interminable periodo de tiempo, desdichado. La primera alegría mía durante treinta años, me la ha dado él con su fallecimiento y la zorra de su mujer a la que han detenido acusada de haberlo envenenado.

—Que tenga usted un buen día. Adiós —dije despidiéndome de él disgustado con lo que acababa de saber.

Y pensando en la breve conversación mantenida con aquel hombre que me había demostrado era muy vengativo consideré que él tenía, con su vida, material suficiente para escribir una interesante novela dramática. Yo, en su lugar, la habría escrito.

(Copyright Andrés Fornells)