SORPRENDENTE FIESTA DE NOCHEVIEJA (MICRORRELATO)

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Celia Somoza era una joven poco atractiva, recatada y muy tímida. Como suele ocurrirles a muchas mujeres una vez pasada la barrera de los veinte, a Celia le habían entrado serias ganas de tener novio, casarse y conocer esa experiencia que culmina la realización de la gran mayoría de las personas pertenecientes a su sexo: la maternidad.
Mary Reinosa, su mejor amiga, vino a anunciarle que una antigua compañera del instituto, a la que llevaba varios años sin ver, la había invitado a la fiesta de Nochevieja, que ella y unos amigos suyos daban.
—Me dijo que podía traer a una amiga y, lógicamente, he pensado enseguida en ti.
—¿Qué clase de fiesta es? —Celia sin mostrarse ilusionada.
—Pues será una fiesta como todas. Se bailará, se beberá, se tomarán las uvas… y todo eso.
—No sé, no me apetece mucho estar con gente que no conozco de nada.
Mary se mostró tan persuasiva, tan insistente, que al final Celia aceptó poniendo una severa condición:
—Te advierto que, si el ambiente no es de mi agrado, cogeré un taxi y me volveré a casa.
Llegaron a su destino. Llamaron a la puerta a través de la cual les llegó bullicio de voces y de música. Les abrió un joven vestido de príncipe azul, quién, dando muestras de enorme alborozo las abrazó y las besó.
—¡Bienvenidas seáis!
Todos los asistentes a la fiesta rebosaban alegría, y tanto hombres como mujeres iban vestidos de príncipes. Las dos únicas chicas que vestían ropas ordinarias eran Celia y Mary. A ambas les gustó tanto aquel ambiente que en ningún momento pensaron en marcharse. Bebieron, bailaron, rieron, comieron uvas. Se sintieron felices y, como suele ocurrir en los cuentos de hadas que terminan bien, las dos amigas encontraron en aquel original baile un maravilloso príncipe cada una. Y colorín colorado…