UN FALSO PAPÁ NOEL EN NOCHEBUENA (MICRORRELATO)

a-un-falso-papa-noel

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Rosendo Morales, un pobre hambriento y sin escrúpulos, iba caminando en mitad de la noche, mal abrigado con ropas viejas y sucias. De pronto se detuvo al ver salir de una casa a una pareja joven que dirigiéndose a un niño le decía:
—Enciérrate en casa y no se te ocurra abrirle a nadie —le dijo el hombre.
—Esperamos que, por una vez te comportes como debes y seas obediente —reprobó la mujer.
—Adiós! —gritó el niño, con brusquedad, dando un portazo.
Las dos personas que se mostraban disgustadas con el habitual proceder de aquel pequeño eran sus padres. El niño se llamaba Albertito Cifuentes y contaba entre sus mayores defectos el ser rebelde, desobediente y tozudo. Por rebeldía, desobediencia y tozudez se había negado a acompañar a sus progenitores a la Misa del Gallo. Éstos se marcharon en su coche. Rosendo Morales salió entones del portal donde había permanecido oculto, se acercó a la puerta de la casa donde se había quedado encerrado el niño malhumorado y pulsó el timbre.
—¿Quién es? —preguntó el pequeño desde el interior de la vivienda.
—Papá Noel —mintió el vagabundo.
El niño desobedeciendo las recomendaciones de sus padres abrió la puerta y al ver la pinta de mendigo que tenía el visitante dijo:
—Tú no eres Papá Noel. Papá Noel viste de rojo, luce una gran barba blanca y un gorro rojo también.
—Lo sé, pero es que voy de incognito para que la gente, por la calle, no me moleste pidiéndome juguetes. Y los juguetes, yo no los reparto hasta la madrugada. El tiempo que falta hasta entonces lo empleo jugando con los niños que están solos y aburridos. ¿Tú estás solo y aburrido?
—Sí, yo estoy solo y muy aburrido —reconoció el pequeño.
—Bueno, pues entro y jugamos.
Y Rosendo Morales penetró en la casa cerrando la puerta. Él y el niño confiado llegaron hasta el salón adornado con el árbol de Navidad.
—Antes de que empecemos a jugar, vamos a la cocina. Necesito comer algo pues he venido muy hambriento del largo viaje que he realizado —dijo el recién llegado.
El niño le condujo a la cocina donde el vagabundo se preparó un enorme bocadillo y ofreció comenzando a comérselo a dos carrillos:
—¿Preparo otro bocata para ti, chiquillo?
—No tengo hambre cené, mucho, mucho. ¿A qué vamos a jugar? —quiso saber Albertito impacientándose.
—Un minutito, nene, que termino.
En un santiamén Rosendo se zampó el enorme bocata de jamón y queso y decidió:
—Vamos a jugar a ladrones y policías.
Animadísimo el niño se avino enseguida:
—Vale. ¡Yo seré policía!
—Bueno, si no queda más remedio, yo seré ladrón —fingiendo resignarse el marginado.
Rosendo encerró con llave dentro de un cuarto a Albertito y mientras éste se cansaba de pedir que le abriera, el ladrón de verdad convirtió en bolsas dos fundas de almohadas y se llevó cuanto de valor le cupo dentro de ellas. Y finalmente ganó la calle riendo alegre y malvadamente, vestido con un holgado, casi nuevo, traje Armani propiedad del dueño de la casa que acababa de abandonar. Papá Noel, esa noche de la Misa del Gallo, se había acordado de él favoreciéndole espléndidamente.