UNA FÓRMULA CASI MÁGICA (MICRORRELATO)

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(Retrato pintado por Botero)
Azucena Morales vivía desdichada, deprimida y sola. No se gustaba nada físicamente y estaba convencida de que la gente, al fijarse en ella la miraba con lastima, cuando no con desdén. Esas miradas desconsideradas y malvadas tenían la mayor culpa de la desdicha en la que vivía amargada esta mujer de mediana edad, con algunos kilos de más en su envoltura corporal, y un rostro que no estaba dentro de los estúpidos cánones de belleza que modas deshumanizadas han impuesto.
Un día se le ocurrió una fórmula que podía servirle para alimentar su autoestima moribunda. Se desnudó delante del espejo y, en lugar de juzgarse horrible, como tantas otras veces, dijo a su imagen:
—Te quiero. Te quiero como eres. Estás sana y eres una buena persona. Debes sentirte orgullosa de ti.
Transcurridas dos semanas, Azucena Morales reconoció que no tenía que forzarse en creer lo que se estaba diciendo, pues se sintió orgullosa de ser como era. Y por primera vez en su vida salió a la calle llena de confianza, moviendo su cuerpo rellenito con gracia y desparpajo. Y ocurrió lo que ella consideró poco menos que un milagro: algunos hombres, al pasar por su lado, le lanzaban piropos:
—Rubia, pisa fuerte que la acera la paga el ayuntamiento.
—Mujer, contigo me iba yo hasta Marte caminando. Vaya el garbo y la excitante sensualidad con que te contoneas, ¡monumento!
—Rubia, te mueves con igual gracia que la espiga en el trigal.
Finalmente, Azucena Morales conoció a un hombre que amó de ella tanto su interior como su exterior, y pudo ser feliz con él lo mismo que puede serlo cualquier otra mujer que entre dentro de los crueles cánones de la inmisericorde y cruel moda.

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