UNA MUJER INFIEL EN APUROS (MICRORRELATO)

mujer-infiel

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  • Un hombre y una mujer, jóvenes ambos, acaban de tomar asiento en un vagón de tren. Se les ve muy enamorados. Se cogen las manos y, por estar rodeados de pasajeros, controlan la pasión que los inflama y los besos que cambian son cortos, fugaces. De pronto él, que de vez en cuando echa rápidas y temerosas miradas por la ventana, exclama, aterrado, al oído de ella:
    —¡Dios santo, tu marido viene hacia aquí!
    —¿Nos ha visto? —no menos aterrada ella.
    —Todavía no.
    —¡Escapa, rápido!
    Acaba él de separarse de ella, cuando el esposo la descubre desde el andén al llegar frente a la ventana. Levanta los brazos con los puños cerrados y busca la puerta para subir. Sube y de cuatro zancadas se planta al lado de su mujer y le grita:
    —¿Qué haces aquí, Alejandra?
    —Me voy a visitar a mi tía Enriqueta —ella, improvisa.
    —¡Mentira! Tu tía Enriqueta vive en Barcelona y este tren va a Madrid.
    —¿De veras? —ella haciéndose la despistada.
    —¡Y tan de veras!
    —Pues me bajo enseguida. Cogí el tren equivocado —levantándose y cogiendo la pequeña maleta que le pertenece.
    —Pero como te ibas sin decirme nada? —furioso él, bajándose detrás de ella.
    —Te lo dije ayer, ¿no? Te dije que iba a visitar a mi tía Enriqueta.
    —No. No me diste nada ayer.
    Ella se detiene, el tren se ha puesto en marcha. Se aleja. Ella pone cara de repentina y profunda preocupación.
    —¿A qué edad puede una persona padecer de Alzheimer, querido? —pregunta.
    —A los veinticinco años, la edad que tú tienes, creo que nadie —su consorte observándola con extrañeza.
    —Pues tendré que ir a Alberto, nuestro médico de cabecera y consultárselo.
    Preocupándose el marido también, le apremia:
    —Llámale ahora mismo y pídele una cita.
    —Le llamaré luego.
    —Luego no, ahora mismo —exigente su esposo–. No se te vaya a olvidar como olvidaste comunicarme que ibas a visitar a tu tía Enriqueta.
    Ella saca del bolso el teléfono móvil y marca el número del médico amigo.  
    Alberto le contesta, jadeante todavía por la inutil carrera que se ha dado: 
  • –Camino de Madrid voy. No pude bajarme del maldito tren.
  • Ella se vuelve hacia su consorte y le da la respuesta que le conviene y que es una verdad a medias: 
    —Alberto no podrá atenderme hasta mañana. Se halla en Madrid, en una convención de doctores.
    —¡Para qué sirven los amigos si, cuando les necesitas, no puedes contar con ellos! —disgustado él.
    —La vida está llena de contratiempos. Cariño, creo que he recuperado la memoria perdida. ¿No ibas a volver tú, pasado mañana, de Zaragoza?
    —Sí, pero adelanté el viaje porque moría de ganas de estar contigo y quería darte una sorpresa —poniendo él cara de enamorado.
    —¡Cuánto me alegra! ¡Y qué sorpresa tan agradable me has dado! –mientras Alejandra piensa que la sorpresa ha sido todo lo contraria a agradable–. Desde luego prefiero tu compañía, cariño, mil veces a la compañía de mi tía Enriqueta.
    —¿De veras? —poniéndose él meloso.
    —Sin la menor duda —ella contundente, encantadora.
    Una mujer que se ha entrenado en el arte de mentir puede alcanzar la absoluta perfección, como estaba demostrando Alejandra.