UN SAMURÁI JOVEN OFENDIÓ A UN SAMURÁI VIEJO -LEYENDA- (MIS VIAJES ALREDEDOR DEL MUNDO)

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En cierta época alejada de la nuestra, hubo un samurái llamado Daichi que, por las heroicas hazañas realizadas en los campos de batalla se convirtió en un héroe nacional, admirado por quienes reconocían sus grandes méritos como guerrero, y desprestigiado por la plaga de envidiosos que siempre crece a la sombra de los grandes hombres. Llegado a una edad avanzada, Daichi se retiró a un pequeño pueblo del interior donde llevaba una vida pacífica y sosegada, mientras escribía sus memorias para conocimiento de generaciones futuras.
Ávido de adquirir prestigio y fama, un joven samurái llamado Goro se presentó en el municipio donde vivía retirado el viejo Daichi, y aprovechando que la plaza principal se halla abarrotada de gente por estar todos celebrando la famosa Seijin ho hi (fiesta de los adultos, dedicada a los jóvenes que han cumplido veinte años de edad entre el dos de abril del año anterior y el uno de abril presente, o sea la mayoría de edad, en la que, entre otra multitud de personas, las familias de esos jóvenes lo celebran por todo lo alto).
Goro se acercó a Daichi y delante de toda aquella multitud comenzó a lanzarle los insultos más vejatorios que conocía. Entre estos insultos los que más podía herirle como: carcamal, cobarde y fantasma que vivía disfrutando de una gloria totalmente falsa.
Lógicamente, ellos dos se vieron rodeados inmediatamente del gentío allí presente, ansioso por presenciar como respondía a todos aquellos terribles ultrajes el gran héroe jubilado.
Daichi escuchó tan absolutamente impasible como si aquellos agravios no le fueran dedicados. Pronto, de la muchedumbre allí reunida se elevó un rumor de asombro e indignación y, entre los más jóvenes, de duda. ¿Tendría razón el joven y agresivo forastero en aquellas terribles y humillantes diatribas que lanzaba a Daichi? ¿Por qué no reaccionaba éste, como habría reaccionado cualquiera ante tan imperdonables agravios?
En vista de que el anciano no reaccionaba, se mantenía impertérrito, el agresivo Goro, envalentonado, desenvainó su catana y dispuesto a llevarla a cabo, lanzó la siguiente amenaza:
—Voy a cortarte la cabeza, viejo farsante inútil.
Leyendo Daichi en los ojos de su ofensor la disposición de llevar a cabo su amenaza, dio un paso atrás y finalmente, obrando en contra de su voluntad, saco su espada, la espada con la que tantas proezas había realizado a lo largo de su dilatada vida militar.
—Eso me gusta —dijo el impulsivo Goro—. Me gusta que no mueras como un cerdo asustado y que intentes luchar contra mí.
Y tras escupir estas palabras se lanzó contra el viejo samurái que no solo detuvo la estocada que le lanzó Goro, sino que además su arma, al chocar con la del joven desafiante, no solo paró el golpe, sino que se la rompió por la mitad.
—Vamos a dejarlo aquí —dijo Daichi, con voz y expresión profundamente entristecidas.
Goro no se conformó con el papel tan ridículo al que había sido relegado y, con el pedazo de catana que le quedaba intento ensartar al viejo samurái. Si insultarle había sido el primer craso error cometido por él, el segundo, el de querer matarle fue todavía peor. El anciano samurái quiso pararle el golpe, pero su espada, que debido a tantas luchas en las que había tomado parte, poseía autonomía propia, se dirigió al corazón de su asaltante y lo atravesó. Horrorizado por lo que acababa de ocurrir, Daichi dejó caer la espada al suelo y se cubrió el rostro para ocultar las lágrimas de congoja que brotaban de sus ojos, mientras la multitud lo aclamaba y su fama se incrementaba todavía más sin él quererlo.

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