OTRA CENICIENTA MUY DIFERENTE (RELATO NEGRO)

OTRA CENICIENTA MUY DIFERENTE (RELATO NEGRO)

OTRA CENICIENTA MUY DIFERENTE

(Copyright Andrés Fornells)

Purita López se hallaba en el salón de su desordenado apartamento, pues, si ella se había negado a realizar tareas de aseo personal y labores de limpieza cuando se hallaba bajo el dominio de sus padres, menos iba a hacerlo ahora que tenía alquilado un cochambroso apartamento, y nadie la obligaba. En aquel momento Purita se hallaba, entre calada y calada de un grueso porro que se había elaborado con hachís baratucho, pintando las uñas de sus manos de un llamativo color berenjena. Iba en bata y despeluzada pues llevaba pocos minutos levantada después de una noche en la que había recibido a dos clientes cazurros de pueblo aislado, muy brutos y necesitados de descargar el enorme depósito de municiones orgásmicas que traían.
Llamaron al timbre. Purita soltó el canuto en un cenicero repleto de colillas hasta arriba y dio salida a un refunfuño de contrariedad. Acercó su ojo derecho a la mirilla. Se le alegró el semblante. El que acababa de llamar era un guaperas. Estupendo sería comenzar la mañana con él.
—Hola, ricura —saludó, risueña, al abrirle la puerta.
El visitante nada más entrar le mostró su placa de policía. Purita perdió la sonrisa. Como les ocurre a tantos que militan al otro lado de las leyes, odiaba a los que, dentro de los bajos fondos, despectivamente, llaman maderos.
—¿Qué quiere? —preguntó hostil.
—Que te sientes —señalando él hacia el baqueteado sofá, que mostraba sus tripas de espuma verde en un par de sitios.
—Muy amable —áspera, obedeciendo de mala gana.
El agente sacó del interior de la bolsa que llevaba una zapatilla de tenis sucísima y volvió a ordenarle:
—Póntela.
Purita López estuvo a punto de negarse, pero comprendió que no le serviría de nada. Que lo más conveniente para ella sería seguir obedeciendo al agente. La zapatilla entró fácilmente en su pie.
—Evidentemente la zapatilla es tuya. La encontramos ayer tarde en el jardín del chalé donde estuviste asesinando a su dueño. Te van a caer un buen montón de años de cárcel por este asesinato.
Si pensaba el representante de la ley añadir algo más a esta sentencia no pudo hacerlo porque le silenció el brutal golpe de cachiporra en la cabeza, que acababa de propinarle el chulo de Purita. Ésta se volvió hacia él y le preguntó, muy preocupada:
—¿Y ahora qué haremos, mi príncipe?
—Lo mejor para nosotros. Ayúdame a atarlo y amordazarlo. Y cuando terminemos me acercaré a casa de Jorge el Pitufo a pedirle su motosierra.
Purita le prestó la ayuda pedida y, cuando terminaron, le recomendó:
—No tardes mucho, que voy a preparar los desayunos enseguida.
—No te preocupes. Me daré prisa.
Ambos actuaban con la naturalidad que procura la experiencia bien asimilada.

ACLARACIÓN: A quienes se horrorizan fácilmente, me permito recordarles que esto es solo un cuento y no está basado en hechos reales, aunque quizás podría.

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