LA MUJER SACRIFICADA Y LA MUJER APROVECHADA (MICRORRELATO)

depressed

 

Paulino y Daniela se conocieron en una boda. Él era amigo del novio, y ella lo era de la novia. Simpatizaron inmediatamente y comenzaron a salir juntos. Surgió muy pronto un apasionado amor entre ellos y al poco tiempo contrajeron matrimonio. Él estaba estudiando Derecho, ella, a pesar de su juventud, dirigía ya una importante empresa de alimentación. Él no progresaba en sus estudios porque compaginaba sus clases en la universidad con el trabajo de auxiliar de almacén de un supermercado. Ella le propuso que se dedicara únicamente al estudio, pues con lo que ella ganaba podían subsistir los dos, sin pasar estrecheces. Él aceptó agradecido ensalzándola, llamándola la mejor esposa del mundo.
Transcurrieron quince años. Él se había convertido en un prestigioso abogado. Ganaba dinero, alabanzas y admiración. Finalmente se lio con su jovencísima secretaria y le pidió al divorcio a su mujer, para poder libremente irse a vivir con aquella.
La esposa se llevó con todo esto un disgusto de muerte y buscó consuelo en su madre que siempre la había apoyado. Su madre la dio su cariño, su comprensión, y le aconsejó resignarse:
—Hija, no te queda más remedio que aceptar esta crueldad que sucede continuamente porque hay dos tipos de mujeres: la mujer que lo sacrifica todo para que su marido consiga triunfar, y la mujer que se aprovecha de ese triunfo porque tiene veinte años menos que la esposa sacrificada y unos encantos todavía por desgastar. Lo vemos todos los días.
—Ese tipo de mujeres son unas guarras despreciables —con rabia infinita la traicionada.
—Cierto, hija, y lo peor de esta indecencia moral es que, por la diferencia de edad, raramente el marido, ya viejo y cansado, no piensa en sustituir a la aprovechada por otras mujeres más jóvenes.
—Me gustaría vengarme —exasperándose su hija ante aquella injusticia—. ¡Me gustaría muchísimo! ¡Nada en el mundo me gustaría más!
—¿Qué te parece echarle mal de ojo a tu infiel marido?
—¿Sabes tú como hacerlo? —entusiasmándose su hija al oír esto.
—No, pero conozco a una persona que sí lo sabe.
—Coge el bolso, madre, que vamos a visitarla enseguida a esa persona.
—¡Ay, hija!, que cosa de este mundo no hará una madre por su querida hija, aunque le remuerda terriblemente la conciencia —yendo al dormitorio a por su bolso.

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