DIEGO EGARA, DETECTIVE (ACTUALIDAD PÁGINAS 9 Y 10)

—¡Hola! Perdona. Soy nueva aquí. ¿Qué tapas me recomiendas? —delatando su acento latino.
Sentí en el pecho ese dulce cosquilleo que me produce la emoción cuando éste así lo quiere.
—Harás bien confiando en mí —le aseguré, mostrándome simpático—. Poseo un paladar exquisito. Vamos, que sin falsa modestia, muy pocos encontrarás me lo superen.
A continuación, mientras me escuchaba atenta, jugando sus bonitas manos con su abundante, rizada cabellera azabache, le asesoré sobre las tapas que más podrían gustarle de pescado, de carne o de productos vegetarianos. Ella me aseguró que le gustaba todo, que su paladar no practicaba el rechazo, así que cuando nos atendió el camarero pedí para dos personas: boquerones en vinagre, navajas a la plancha, brochetas de cerdo, croquetas de pollo y samfaina. Marchó el empleado a prepararlo todo y yo le comuniqué a mi hermosa desconocida:
—Si con todo lo escogido por mí no te sientes saciada, hay varios cientos de tapas más que podemos pedir.
—¡Que loco! Con eso bastará para ponernos como toneles, mi lindo —jocosa también, su aterciopelada, cadenciosa voz.
—Ya veremos. Permite que sea indiscreto y te pregunte de qué país eres.
Movió ella de un modo gracioso, en sentido negativo su índice y respondió:
—¡Ah, no! No te lo pienso decir. Me apasiona el misterio.
—¿Y tu nombre?
—Tampoco te lo pienso decir. Llámame como quieras. Bautízame.
Le seguí el juego.
—Te llamaré Pasión, ¿te parece?
—Me gusta. Me gusta mucho. Yo te llamaré Conde. Por haberte conocido en la Ciudad Condal.
Celebramos nuestro rebautizo con una risa alegre, contagiosa. Y yo, que tengo la hoguera de la ilusión fácil de prender, alimenté la posibilidad de un final de noche ardiente.
El camarero comenzó a colocar bandejitas delante de la parte de mostrador que ocupábamos la embelesadora extranjera y yo, junto con un par de copas.
Ella, Pasión, iba vestida con una falda negra, lisa; un jersey blanco de cuello de cisne y una chaqueta de cuero color lila, con sobrados méritos para figuran en Vogue. La chaqueta la llevaba abierta permitiendo que la ajustada prenda que lucía debajo de la misma marcase provocadores los elevados, agresivos senos en los que mi vista se quedaba pegada igual que se pegan las polillas viciosas en los cartoncitos que suele poner mi madre en su cocina, allá en la casa de campo donde vive con mi padre.
Además de disfrutar de la suculenta comida, Pasión y yo conversamos. Conversamos sobre cosas superficiales, pues cada vez que intenté saber algo personal sobre ella se salió por la tangente con encantadora ironía:
—¡Ah, no, mi Conde! ¡Qué vaina! Si contestara a lo que me has preguntado, sabrías de mí tanto como sé yo. Y eso no. De ninguna manera. No seas indiscreto. No hagamos preguntas personales. Borremos el pasado y vivamos solo el presente. ¿Te interesa?
—Perfecto. La historia de nuestra vida comienza ahora —acepté sin dudarlo.