EL PISTOLERO JOHNNY FAST FART Y EL PERRO "FLEASBAG" (RELATO)

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HISTORIAS AMERICANAS:
EL PISTOLERO JOHNNY FAST FART Y EL PERRO “FLEASBAG
Época en la que abundaban en este país los ganaderos, los vaqueros, los pistoleros, los pobres indios y los suicidas sheriffs.
En un pequeño pueblo de Arizona cuyo nombre borró el viento procedente del desierto, hubo una vez un pistolero llamado Johnny Fast Fart, que tenía asustados a todos sus habitantes. Razón para ello: que era despiadado, sacaba el revólver más rápido que el rayo, sumaba en el mismo 23 muescas y nadie quería exponerse a ser la muesca número 24. De los hombres que había matado, siete eran de pueblo, así que ninguno de sus habitantes deseaba ser el siguiente.
Cierta mañana se reunieron en el ayuntamiento, además del alcalde, el sheriff cobardica y los ganaderos más poderosos, quienes, tras una prolongada sesión llegaron al acuerdo de contratar los servicios de otro pistolero llamado Billy el Niño, que aseguraban los entendidos en esta mortífera práctica, era el revólver más rápido del mundo.
Un soplón, a cambio de una botella de whisky, se chivó a Johnny Fast Fart sobre lo que habían planeado las personas más relevantes del municipio y la hora exacta en que aparecería por la puerta del bar “Swallowdeep” el contratado que venía a matarle.
A esa hora, Johnny Fast Fart esperó a Billy el Niño con su espalda apoyada contra el mostrador, las manos cerca de sus armas y la vista fija en la batiente puerta del salón. No era ningún cobarde, pero amaba la vida lo mismo que cualquiera que la amase por encima de todas las demás cosas. La fama de lo rápido que Billy el Niño era sacando su revólver había llegado a sus oídos y estaba dispuesto a aprovechar la ventaja que podía darle disparar a su enemigo antes de que éste pudiese intentar desenfundar su arma.
De pronto, a la hora exacta que le había soplado el soplón, los batientes de la puerta del establecimiento se abrieron. Johnny Fast Fart actuó con la extraordinaria rapidez habitual en él. Sacó sus revólveres y comenzó a disparar a la altura que podría estar el pecho de cualquier hombre. Transcurridos unos pocos segundos se dio cuenta de que la puerta la había abierto “Fleasbag”, el perro de Peter Pan, el tabernero, que a esa hora venía todos los días a que su dueño le pusiera un cenicero lleno de cerveza.
No le había alcanzada ninguna bala, pero “Fleasbag” rodó por el suelo, asustado perdido; su dueño, que le tenía un cariño exagerado, creyó que el pistolero lo había matado. Su reacción fue vengar la muerte de su querido can estrellando una botella de güisqui en la cabeza de Johnny Fast Fart.
Cuando todos los presentes vieron al terrible pistolero tirado sin sentido en el suelo y con la cabeza chorreando licor y sangre, supieron que había llegado la ocasión tan ansiosamente esperada por todos ellos. Lo ataron de pies y manos, lo llevaron junto a un árbol, allí le dieron de bofetadas a manta hasta que recobró el conocimiento, pues su intención era que fuese testigo de su ejecución en la horca.
Todavía se balanceaba de la rama el ahorcado, que ya todos estaban en el bar de Peter Pan celebrando a vasos llenos el haberse librado del terrible matón.
El tabernero hizo la mayor caja de toda su vida. Y a su perro, “Fleasbag”, en vez de cerveza le dio a beber whisky, y el can cogió, junto a todos los del pueblo incluidos los miembros del abstemio Grupo de Salvación, una borrachera bestial.
Nadie recordaba el nombre que este pueblo tuvo antes de que lo barriera el
viendo del desierto, así que creyéndose todos ellos héroes le pusieron el de
Matadores.
Todos los que visitéis ese pueblo de Arizona y veáis en su plaza principal el monumento a un perro llamado “Fleasbag”, sabréis quien es si habéis leído este “histórico” relato mío.