LA NOVIA VIRGEN DE PATRICIO MÁRTIR (RELATO)

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         Tere Santos, siendo fiel a sus recatados y religiosos principios había tomado la decisión de llegar virgen al matrimonio. Tere Santos se había echado un novio que podría llamarse del montón: ni guapo ni genial ni atlético ni rico, que se llamaba Patricio Mártir.

        Por esos caprichos, no tan aislados por parte de la Naturaleza, Tere Santos estaba lo que decimos en términos coloquiales, los entendidos en la materia, buenísima. Esta cualidad física, extraordinariamente apreciada por los adictos a la sensualidad, voluptuosidad y lujuria (su novio era uno de esos adictos) supone, a los mismos, despertárseles acusadamente los instintos básicos y unas ganas irresistibles, desesperadas de practicar el coito supremo.

        Tere Santos vivía con sus padres, sus abuelitos y un hermano cura (todos ellos acérrima gente de misa), en un chaletito ubicado dentro de una urbanización modesta en la que, quienes vivian en ella eran de clase media baja. Este pequeño chalé tenía una puerta trasera perteneciente al jardincito. Contra esa puerta, amparados por la nocturnidad, Teresa y Patricio cambiaban besos y alguna caricia de cintura para arriba y, cada vez que el novio intentaba desplazar sus ardientes manos de cintura para abajo, la novia se enfadaba, lo empujaba lejos de ella y le decía que se comportara, que esa zona anatómica suya la tenía él prohibida hasta la misma noche de bodas.

        Patricio, haciendo gala de su apellido, la decía entonces, sufriente:

        —Ay, Tere, tú no sabes lo que es ser hombre. Lo que se sufre siéndolo.

        —Pobrecito —se compadecía ella, pero forzándole a mantener sus manos quietas y bien alejadas de exasperante objetivo que él perseguía.

        Un día Tere citó a Patricio en el interior de la iglesia que sólo ella frecuentaba, pues su novio era ateo y descreído:

         —Quiero que nos veamos en la iglesia porque tengo que comunicarte una cosa muy importante.

         Patricio estuvo convencido de que ella iba a anunciarle que adelantaran la boda y así él no tendría sufrir más torturante abstinencia a la que ella lo tenía sometido. Pero para sorpresa suya, Tere le anunció que lo había estado pensando muy bien, recogido el favorable parecer de su familia y, que teniendo como tenía una firme vocación religiosa, iba a meterse a monja.

         Su novio, que empezaba a estar hasta el gorro de tanta represión a la que ella lo sometía, le dijo como si acabase de librarse de un gran peso:

        —Vas a hacer muy bien, Tere. Tú no estás hecha para la vida moderna y sexual.

        Lo que nunca le perdonó Tere, en su fuero interno, a Patricio, fue que él se alejara con las manos pecadoras metidas en sus bolsillos y silbando alegremente. ¡Qué falta de respeto, por parte suya, dentro de un lugar tan sagrado! 

 

 

 

 

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