UN BLOC Y UN ESTUCHE DE LÁPICES DE COLORES (MICRORRELATOS)

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UN BLOC Y UN ESTUCHE DE LÁPICES DE COLORES

         Alejandro Durero se hallaba en el hall de un lujoso hotel, esperando transcurriera la media hora que faltaba para que en el salón de actos de este prestigioso establecimiento  diese él una conferencia sobre pintura. Sabía por experiencia que en una conferencia era sumamente importante su comienzo, pues de las primeras palabras dependía, a menudo, el éxito o el fracaso de la misma.

          Llevaba un rato descartando todos los inicios que se le estaban ocurriendo. Afuera llovía copiosamente. Alejando Durero se acercó al gran ventanal. Sus cristales se hallaban  empañados. De pronto surgió en su mente un recuerdo muy lejano que marcó su vida. Y comenzó con su dedo índice a dibujar garabatos, igual que hiciera un día durante su infancia. Su padre le vio y le preguntó si le gustaba lo que estaba haciendo. Él respondió afirmativamente. Le gustaba crear figuras. Lo encontraba divertido.

          A la mañana siguiente su padre le regaló un bloc, un estuche de lápices de colores y le dijo:

         —Crea aquí tus garabatos y podrás disfrutar de ellos tú y los demás durante mucho tiempo, porque no se deformaran y desaparecerás como te ocurrió con los que hiciste en el vaho de la ventana.

         Alejandro Durero esbozó una sonrisa cargada de nostalgia. Su padre, muerto muchos años atrás, acababa de acudir en su ayuda. Ya tenía algo bonito con lo que comenzar su conferencia. Le dio las gracias, emocionado, al hombre que tanto le había ayudado a que pudiera convertirse en el famoso pintor que ahora era.

         Al día siguiente, un periodista que le había visto mover los labios, escribió en su crónica, para hacerse el gracioso, que el genial pintor Alejando Durero tenía la curiosa costumbre de hablar solo. 

 

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